Correspondiente al lunes 23 de agosto de 2010
Inverness - Grantown on Spey - Knockando - Cardhu - Dufftown - Craigievar Castle - Ballater - Braemal
Efectivamente, estoy en Braemal, a diez minutos del Castillo de Balmoral, resdencia de verano de la Familia Real Británica. Un pueblo en medio de las montañas, en la que probablemente es la zona más fría del Mainland británico (en invierno alcanzan más allá de -20ºC), debido a que a este valle no llega aire templado del mar, al parecer. Pero, eso sí, ya estoy lejos de las Highlands en su versión más pura, y en realidad camino de Edimburgo, a la que espero llegar mañana.
Hoy el tiempo ha sido, simplemente, nefasto. Y el recorrido, tirando a gris (y no me regiero al tiempo, en este momento).
El paisaje ha cambiado, es cierto. Ahora hay bosques casi por todas partes, junto a campos de cebada que alimentan las infinitas detilerías de whysky que hay por la zona. Sin ir más lejos, hoy, como quien no quiere la cosa, he pasado por la puerta de las de Cardhu-Jhonny Walker (en el pueblo de Cardhu), The Macallan, Deward's y otras tantas, además de visitar las de Glenfiddich. Éstos últimos sí que saben hacer las cosas: además de recibir gente permanentemente (y no con horarios restrictivos, como los de Macallan, a la que he intentado visitar en primer término por una coña familiar, pero me he ido con viento fresco porque tenía que esperar casi 2 horitas de nada, a más ver...) y no cobrar la visita, la tienen muy bien organizada, y lo terminan de rematar cuando te hacen una degustación de sus bebés de 12, 15 y 18 años. Todo esto sin haber soltado un penique ni dado un sólo dato. Con lo cual, tóquisqui pasa por la tienda encantado de la vida dispuesto a devolver la cortesía. Eso es visión comercial, sí señor.
Yo, la verdad, que hace tiempo di plantón al whisky por el ron, converso tardío que soy, pero constante, si hubiera sido la destilería de Brugal Siglo de Oro, me llevo completa la producción del año que viene, rezo un Brugal Nuestro y me tatúo una caña de azucar en el cachete. Pero tratándose de whisky, me ha encantado ampliar mis conocimientos, que era la finalidad (yo tenía intención de pagar mi entradita religiosamente), pero del ciervo, con ese pedazo cornamenta que me trae, no me llevo nada, que de lo que se bebe se cría.
Bajo la lluvia, cómo no, marcho hacia Craigievar Castle con el tiempo, justo no, constreñido. Además, por unas carreteras que tienen tela: con la lluvia, se van formando balsas de agua a ambos lados, como largos lagos que discurren tomando parte de la calzada y todo el arcén, cuando existe. Estos lagos, como todos, presentan forma irregular, de tal modo que cuando les place se plantan en medio de la carretera, y la cruzan, de hecho. Su profundidad es variable, claro. Resumiendo, que más que transitar carreteras, las he vadeado. Lo cierto es que era realmente peligroso, porque cuando metes una rueda en semejantes charcos se frena como si la hundieras en una duna de arena, y desestabiliza el coche por completo, además del espectáculo que montas en plan splash, más propio del Discovery que de mi roadster. Para la próxima, ya puede andar con cuidado uno que yo me sé, o se encuentra el garaje vacío.
Por cierto, que hoy casi tengo un percance gordo desde el punto de vista mecánico: vamos, que casi me dejo un neumático, una llanta y la dirección en un bordillo. La culpa, no miréis a otro sitio, de un servidor. El otro día en las Highlands, con tanto viento, ya venía yo pensando que la dirección de mi coche tenía una avería gorda: va recta. Y aquí los locales deben tener la suya trucada, para que yendo torcida compense los bandazos que el viento provoca, porque a uno no le quedan manos para sujetar el volante cuando tiene que ir: comprobando el mapa, leyendo la explicación de la guía, sacando fotos, cambiando el 18-55mm por el 70-300mm y viceversa, cambiando el CD, bebiendo agua, comiendo un sandwich de jamón con mostaza y unas lays de vinagre, y alguna cosilla más (mira, para esto si va bien un copiloto). El caso es que acabé llegando a la conclusión de que mi concepto es equivocado, y que al volante, precaución, amigo conductor, que la senda es peligrosa.
Pero esta mañana he tenido un pequeño lapsus de memoria, y estaba en modo politarea cuando, nada más salir de una rotonda y en la curva de acceso a Grantown on Spey, me he pegado de bruces contra un bordillo. ¡Eso sí que es un escalofrío! He pensado: "Chaval, estás nominado". Al pit lane, que hay que evaluar daños: 20 cms de trabajito fino de afilador en la llanta, pero nada más. La goma, como de fábrica. Pues circulemos a ver cómo va la dirección...
Al principio, vibración como la Step-power-leches de la teletienda, pero luego he visto que era el firme de ese tramo, que era como una botella de Anís del Mono. Ufffff.
El caso es que (y ahora sí que me he desviado) he tirado hacia el ansiado castillo, pero como soy torpe, torpe, torpe, me he plantado en otro. Es lo que pasa por confundir, al trasladar del mapa a la realidad, primera a la derecha con segunda a la derecha. Yo, que esperaba un castillo de coña, según la guía "de lo que mejor se conserva en Escocia", pago la entrada como un señor y pienso: "Para estar lloviendo como cae, qué raro que el parking esté vacío y no aproveche más gente para venir a un castillo como este, tan famoso, y que, como es un sitio cerrado, te da igual que llueva".
Y un huevo. Paso la verja, asciendo una cuesta entre dos tupidos setos, y giro a la izquierda cuando llego arriba. Y veo al fondo un espectacular castillo... ¡en ruinas! He sentido lo mismo que debió de sentir Kevin Costner (cómo ha pasado de moda el hombre) cuando en Robin Hood, Príncipe de los ladrones, vuelve de las cruzadas con Morgan Freeman y se encuentra su Castillo de Lockslye convertido en el horno de un asador segoviano. Me ha dolido como si fuera mi casa, que se había quemado. ¿He pagado 3,5 pounds para, primero, cagarla y no llegar al otro castillo a tiempo; segundo, no poder aprovechar este porque está lloviendo a mares, y; tercero, joder la cámara de fotos? Pleno, chaval.
Ya puestos, he dado una vuelta por el pedrero aquel, y al salir he comprobado el error con la guía. Efectivamente, tonto del culo, pero es que con estas prisas...
Total, que ahora viene el momento del día. Me marcho de allí con idea de enfilar hacia el sur, y Dios proveerá. Pero casualmente, toca pasar por el castillo correcto. Y según me voy acercando, yo, que soy de mal conformar, le voy dando vueltas a una idea, sin confesármelo a mí mismo, y dejando caer al mismo tiempo un poco más el peso de mi pie sobre el acelerador, como sin intención. Hasta que digo: a por ellos, que son pocos y cobardes.
El objetivo cerraba a las 17:30, sin admisiones después de las 16:45. A las 16:50 estoy entrando por el camino de acceso al parking, jarreando, por supuesto. Las mujeres y los niños primero, sólo artículos de primerísima necesidad. Vaya, que ni cámara de fotos ni leches: cazadora de lluvia y pies en polvorosa por el jardincito (que ya podían poner el aparcamiento en el mismo continente que el castillo) hasta la puerta, a la vuelta del mismo, de la que pendía un cartel: Closed.
¡Qué siempre tenga que ser así! Toc, toc. - ¿Quién es? - El lobo, ¿no te jode? Quería ver el castillo. - El castillo está cerrado, señor. - ¿No existiría ninguna posibilidad de visitarlo? Es que vengo desde Inverness, y por el camino he confundido la ruta, mire he comprado el ticket y todo del otro... - Please, come in.
Y una vez más, llega un escocés y te desarma con su amabilidad. No olvidemos, que este buen señor está retrasando su hora de salida hoy porque uno de los millones de turistas que llegan pueda entrar fuera del horario de visita, en el país de la puntualidad (es decir, él jamás hubiera llegado tarde).
¡Qué castillo, y qué visita! Este buen señor ha dicho a una chiquita que me vendiera la entrada y juntos hemos ido hasta la primera estancia del Tour, donde había otra guía con una pareja. Y cómo ha sido él quien que me ha admitido, le ha dicho a la otra que se fuera, que se encargaba él de los tres. Y ha repetido la explicación de esa sala para mi (mis disculpas a los tros dos). Luego, hemos seguido todos.
Y diréis, ¿qué pinta en otro castillo? Había leído que este merecía la pena, y vaya si lo hacía. No voy a repetiros la visita (porque, además, la haría fatal, y os quedariais sopa), pero la situación merece la pena imaginarla. El guía era de esas personas que hablan con infinita calma, siempre, por supuesto metiendo sus dosis de humor irónico (luego ha contado que no es escocés, en realidad, sino inglés), pero impertérrito, con el más correcto de los tonos. Era de esas complexiones que parece que no terminan de llenar la americana, como el espantapájaros del Mago de Oz, porque los bolsillos de la chaqueta, que debían contener algo de peso, colgaban de los hombros, como de una percha, en el vacío. Parecía alguien de un nivel cultural muy alto, y unas maneras implecables, con un trabajo sencillo; pero se notaba que tenía una altísima educación. En cierto modo, contribuia mucho a crear la atmósfera de viaje al pasado.
Pero el viaje al pasado se produce de verdad por el castillo. A diferencia del Cawdor Castle (junto a Inverness), este no contiene ningún elemento anacrónico. Por no tener, no tiene luz eléctrica ni calefacción. Toda la visita, por la tarde de un día nublado, os recuerdo, ha contado con la exclusiva iluminación de la lintarna que el guía portaba, que ofrecía un haz de luz muy puntual, y que él utilizaba para enfocar el elemento de la decoración o la estructura al que se estaba refiriendo en cada momento. El resto de la habitación, en penunbra, con la luz que entraba por alguna de las ventanas (de tamaños reducidos, y abiertas en unos muros realmente gruesos). Y las voces de los cuatro amoriguadas por las pesadas cortinas y alfombras, y la sólida madera del mobiliaro. Eso sí, no había millones de objetos recargando las salas. Para ser un castillo, había un cierto toque de austeridad, podríamos decir.
Y a todo esto, el hombre hablando de uno, y de otro, en ese tono como para No despertar a los perros que duermen, como reza el lema de uno de los que fueron señores de ese castillo. Muy evocador; la recreación era fina, fina. Y un mobiliario impresionante, una conservación excepcional, y nada de fotos ni Vogues en las mesas. Un sitio muy, muy recomendable, aunque la mayoría de la gente no disfrutará, como he hecho, de encontrase con ese regalo sabiendo que ha llegado tarde y no tenian por qué darle un pase casi privado, pero no se puede tener todo. Yo, al dirigirme al parking, he repetido los saltos de ayer, esta vez sí, bajo la lluvia. Y mañana, a Edimburgo.
muy buenas las fotos,me quedo con la de las lanas en la alambrada y la de la casita y al fondo el lago.Me encantan los carteles, si aqui hubiese señales como la de los cerdos faltarian aceras y carreteras,perfecta la de los perros y el panico de las ovejas.
ResponderEliminarten cuidado donde te metes, las balas y proyectiles no se suelen detener por señales rojas o verdes,aunque esta recomendacion vaya en contra del negocio.
¿estas seguro de que no te has equivocado de profesion?la descripcion de la sala del ultimo castillo es propia de una novela de terror victoriano,crei que el fantasma saldria de la pantalla en cualquier momento.
pasalo bien y continua compartiendolo con nosotros.