Escocia

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miércoles, 25 de agosto de 2010

Cambiando el chip

Correspondiente al martes 24 de agosto de 2010
Braemar - Perth - Edimburgo (Leith, Roslin)

Como decía el ilustre Paco Martínez Soria, La ciuadad no es para mí. Ya estoy en Edimburgo, y echo de menos el campo: los pajarillos, la paz, los B&B cinco estrellas y la cercanía de los lugareños.

A ver, tampoco hay que exagerar, pero es cierto que se nota muchísima diferencia. Y es que, como he marchado todo el camino en plan De oca a oca..., no me he dado cuenta realmente de hasta dónde me he ido, más que en distancia, en términos de mentalidad. Claro, desde Edimburgo ven Inverness como el pueblo perdido, y a Durness ni lo ven: la mayóría ni se plantea ir para allá. De mirar hacia algún sitio, me parece que miran a Londres o a alguna ciudad europea.

Me alojo en la Universidad de Edimburgo, muy propio, aunque muy caro para tratarse de un edificio de los años 50, con mobiliario de los años 70, e instalaciones de los años 30. Aunque estaban hasta la bandera en cuanto a reservas (se supone), y se ve gente por el campus, en el edificio en el que me alojo no se oye ni se ve a nadie. Son largos pasillos, divididos por puertas anticincendios, muy pobremente iluminados, y de una frialdad considerable. Me da lo mismo, porque lo voy a usar lo mínimo imprescindible, pero ya sé que si quiero el calor del pueblo escocés: vámonos p'al norte.

Hoy he amanecido en Braemar con la misma lluvia de anoche (parece que dieron al pause al acostarme para que no me perdiera ni una gotita cayendo), que me ha acompañado un buen rato. Pero ya antes de llegar a Edimburgo ha concedido una tregua que, parece, va a mantener los días que esté aquí, es decir, buenas noticias.

A la Universidad no he llegado hasta las 6pm, porque antes he hecho dos paradas; de esa forma, el resto del tiempo que esté aquí puedo dejar el coche aparcado, en todos los sentidos.

La primera, en el Royal Yacht Britannia, una maravilla de embarcación que sirvió de equivalente a Air Force One americano pero para Elizabeth II, y en el mar. Yo, que tampoco me pirro por coleccionar dedales con la efigie de su majestad, tenía interés en el barco, más por su condición de tal que por haber estado al servicio de la familia real. Si habéis tenido ocasión de visitar algún otro barco o antigua instalación militar británica (como el mueso de Hendon), habréis podido ver lo increíblemente bien que las conservan, y cómo recrean las escenas de su uso habitual en el pasado. Y a mí, lo de ver el camarote del Capitán (en este caso, Almirante) con sus cartas de navegación, las literas de la tripulación con las revistas de chicas años 50, la enfermería, el puente de mando, y por supuesto el club de oficiales, me gusta, qué se le va a hacer.

Como siempre ocurre en estos lugares, entre cuyos "moradores" se formaron fuertes vínculos y había un intenso sentimiento de pertenencia (entre otras muchas cosas, por las horas pasadas juntos), entre la oficialidad del Britannia había sus tradiciones, con el típico humor de las islas, que como ya habréis notado, me gusta. Una de ellas era la siguiente: los oficiales de mayor rango disponían de una sala de estar (y un comedor) sólo para su uso (y en muy contadas ocasiones, podía ser invitado algún miembro de la familia real que se encontrara a bordo). En dicha sala bebían, conversaban y jugaban a las cartas, o a otras cosas. Dentro de las otras cosas, estaba un entretenimiento consistente en batear a un pobre oso de peluche de un extremo a otro de la habitación (creo que ya eran todos mayores de edad, pero bueno), de tal modo que al término del jueguecito el pobre bicho solía quedar bastante malerido, por lo que le llevaban al médico de abordo para que, con material quirúrgico, le aplicara los necesarios remiendos. Consecuencia de uno de estos lances, el lugar que antes ocupaba el ojo derecho del animal ahora lo ocupa un hermoso trozo de tartan (tejido de los kilt). En la fotografía siguiente, el bichejo posa desde el ventilador del techo, que debió de ser donde acabó refugiándose...


Otro divertimento: a la princesa Anna (creo), le habían regalado en una escala en no sé qué remoto lugar un mono de madera. Dicho mono estaba siembre en el club de oficiales, pero éstos tenían terminantemente prohibido tocarlo, ya que era de un miembro de la familia real. Curiosamente, el jodío mono aparecía cada vez escondido en un lugar más imposible (sobre todo, cuando ninguno de los autorizados a entrar en la sala, lo estaba a poner sus manos en él, ¿no?). Este es el tipo de cosas que entretienen a unos tíos que podían pasar meses seguidos embarcados, con bastante tensión, parece ser (y fomenta la unidad del grupo).

En definitiva, la ambientación del barco es muy buena, no escatiman en enseñártelo todo, y llevas contigo una audioguía (¡disponible en castellano, bien!) muy completa. El barco está en un estado excelente, y tiene unas impresionantes cubiertas de teca.


La segunda paradita por el camino: Rosslyn Chapel, unos kilómetros al sur de la ciudad. Si bien su popularidad se ha disparado desde su aparición en la novela El Código da Vinci (y sobre todo tras su adaptación al cine), lo cierto es que el lugar merece su crédito. Es una pequeña capilla (en realidad iba a ser una gran catedral, pero sólo se construyo del crucero al presbiterio), de piedra, con muchísima decoración carga de historias y leyendas. La iglesia perteneció a los templarios (como indica la novela) y se dice que podría tener bajo sus pies el Santo Grial, fragmentos de la cruz de Cristo o incluso su cuerpo, y por qué no, el toro que mató a Manolete, el arma del segundo asesino de JFKennedy y la mochila de Pocholo. Vamos, que es consciente de que la relevancia del lugar puede estar un poco mitificada.

Pero con tesoros o sin ellos, ciertas historias sobre la capilla ya valen la pena. Como la del maestro cantero al que enviaron al Vaticano para admirar sus pilares y construir uno para la capilla siguiendo aquellas técnicas, que se incorporaría al resto, de características más sencillas. El hombre estuvo allí siete años, por lo que ya creían que no volvía. Un aprendiz dijo haber tenido un sueño en el que había recibido el encargo de levantar un pilar con un diseño determinado, fue autorizado a hacerlo y lo completó.

Pero el maestro volvió con su propio pilar hecho, sintió celos del discípulo y lo asesinó de un golpe en la cabeza. Los otros artesanos de la capilla le ajustaron las cuentas, y además, aunque los pilares de ambos (maestro y aprendiz) fueron situados en el templo, en venganza cubrieron con yeso los ronamentos del pilar del maestro, para que pareciera vulgar. En lo alto de la capilla, fueron esculpuidos tres rostros: el del maestro, el del discípulo, y el de la madre de éste, llorando al difunto. El rostro del maestro mira de frente, para siempre, al pilar hecho por el aprendiz... (bueno, in situ impactaba más).

La capilla está en plena restauración, porque fue ignorada durante años, y ahora han están consiguiendo muchos fondos, por lo que creo que merecerá la pena volver a verla dentro de unos años.

En la Universidad he conocido a Fernando, un santanderino que termina mañana su estancia de un mes realizando investigación. Me ha dicho un montón de sitios a los que ir a oír música en directo, a tener buenas vistas, a comer... En fin, lo que hace falta saber. Veremos.

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