Escocia

Escocia

sábado, 14 de agosto de 2010

A las puertas del reino

Correspondiente al viernes 13 de agosto de 2010

Un día largo. Los casi 700 kms de Plymouth a Dumfries llevan un buen rato. Y es que no sabía yo que aquí las carreteras estaban tan, tan saturadas.

De hecho, ha habido que empezar a tirar de paciencia para desembarcar, porque aunque el barco ha llegado a las 9:30, hasta una hora después no ha habido manera de empezar a rodar, porque sacar los coches y pasar el control de pasaportes lleva su tiempo.

Luego, cruzar Plymouth con cien ojos por aquello de conducir por la izquierda, y en adelante todo autovía/autopista hasta Escocia. Pero había atascos por doquier, en los lugares más insospechados, sin motivo aparente, y se disolvían sin saber por qué. Uno se desespera. Afortunamente, aquí la gente es correctísima al volante, da gusto. Ceden el paso, no se impacientan... ¡la civilización! De verdad, que aunque se espere de mí otra cosa, no es un comentario irónico. Da gusto conducir con ingleses alrededor. Me voy a llevar un puñado a España como escolta, en plan servicio secreto.

No obstante, tenía toda la pinta del mundo de "operación retorno", porque las áreas de servicio eran un auténtico hervidero. Supongo que un viernes no era una buena elección para recorrer el país de abajo a arriba.

... y parió la abuela. Por el camino, 300 kms de puro tren de lavado, agua por todos lados, y un drenaje bastante mejorable. Claro, como al hacer la carretera nadie avisó de que le iba a caer agua encima a jarras... De hecho, en muchos momentos no llovía tanto, pero el de delante escupía como una llama (el animal). Eso sí, aquí sobre mojado no reduce la marcha ni el tato.

Pero por las cosas que tiene la vida, el cielo se despeja y se muestra el sol de tarde unas millas antes de llegar a Escocia. Al mismo tiempo que cambia el paisaje por completo: aparecen las colinas peladas de árboles, sólo hierba, y muros de piedra que parece que llevan ahí toda la vida, que nadie los puso, que emergieron de la tierra. Y cambia la fauna, desaparecen las vacas y surgen ovejas, como toros de lidia las jodías, pero ovejas seguro, por la lana (porque camellos tampoco eran, según la guía aquí no hay).

En fin, que cuando un servidor se estaba preguntando, tras 8 horas de carretera muy poco agradecidas, si estaba dando vueltas en una rotonda, porque aquello era siempre lo mismo (coches, y más coches, y congestion ahead por un lado, y fotomatones a 200 pounds la instantánea por otro), de pronto, sin merecerlo, el típico momento del día que lo justifica todo.

Realmente, una vez superados Manchester y Liverpool, la carretera era un placer, con espacio, con fluidez, la lluvía ya ni importaba. Y desde ahí sí se disfruta. Y cuando deja de llover, sale el sol a las 10, muy bajo, con el suelo aún calado, y el verde más allá del arcen más vivo, con una luz muy especial, dorada, ahí dices: ¡j...., qué bienvenida! Y no paras a hacer una foto porque sabes que no haría justicia al momento.

Tras este instante místico, a la tarea. El B&B de Dumfries está estupendo, pero el pueblo no tiene gran cosa. Bueno, matizo, en el paseo nocturno que he podido brindarle se ven los típicos detalles de pueblo inglés (si me leen, me esquilan como a una oveja), cuidados, un par de iglesias pequeñitas pero que, de noche, acongojan, etc. Pero en el fondo me da la impresión de hermano pobre: que sí, que está en Escocia, pero no es un reclamo turístico, y los que paramos en él lo hacemos de paso. Es cierto que hay más pubs que paradas de autobús (he contado ambos, lo juro), pero en ellos las toallas de Guinness ondean a media asta (25% de ocupación a todo tirar), un viernes por la noche, en Agosto.

Eso sí, todos se atribuyen el mérito de ser el favorito del lugar (por cierto, igual que mi B&B, como reza el cartel de la entrada), pero debe de ser que hoy el jurado estaba evaluando al segundo, tercer o cuarto clasificado. He tomado una cerveza en el más aplaudido de todos, y sin duda la responsable de tener que cambiar el barril era la camarera. No digo que fuera su tarea, digo que se la había bebido ella. Llevaba una moña de no tenerse en pie. He coincidido con ella en la zona de fumadores (la p... calle, porque está prohibido fumar en todos los pubs), y la santa ha tenido que vaciar el cargador hasta que ha hecho diana en el cenicero para apagar su cigarrillo. Al cuarto intento he dejado de contar, que estoy de vacaciones.

Por el camino, una experiencia no precisamente mística. Uno, que no escarmienta y padece el síndrome del turista rural (que también describió hace tiempo uno de esos mails que nos arrancan una sonrisa en un mal día), se cree que por estar en un pueblecito bucólico y porque Emma (la del B&B, no la de Jane Austen) le dice que es un lugar seguro, para atajar se mete por un callejón. En qué hora, madre. Para empezar, era más largo de lo que aparentaba, y en lugar de dar a otra calle decente, desembocaba en la trastienda, vamos, en los andamios del decorado como quien dice. Una calle chunga, chunga. Ni una sombra, 23:00 zulú en un país en el que a esas horas se han parado hasta las manecillas del reloj (por eso será lo de una hora menos...). Y de pronto irrumpe delante de mí un sujeto (porque era eso, un sujeto) que según corre se quita lo que parece un pasamontañas (pa-la-bra). Y yo pensando: "Me cagontó, que este no va a querer dejar testigos". Sin parar, me mira, y decide ignorarme (¡Gracias, Dios!). Y yo dudando: "¿Corro, no vaya a ser que se replantée la estrategia?". Nada, paso firme... y sal de aquí ya! Releído, parece una chorrada, pero de verdad que los siguientes 60 segundos, hasta que he desembocado en una calle concurrida (una persona), han sido eternos.

La mencionada experiencia, junto con la cantidad de macarras nocturnos en coches petarderos tomando las rotondas en dos ruedas, también han contribuido a la antedicha imagen del lugar como hermano pobre, es cierto. Pero en la primera impresión es donde un pueblo se la juega, ¿no, Brumel?

¿Y mañana qué? Pues ni idea. Aún no he decidido para dónde tiro, para empezar porque me he confiado (y se me han ido en el viaje más horas de las esperadas), y no tengo alojamiento. Además, la mayoría de los sitios no permiten reservar por internet (en el de hoy sí, y por eso me he confiado), y encima mañana es sábado sabadete, más complicado aún. En último término, siempre habrá un calabozo seco. La improvisación es un arte.

3 comentarios:

  1. Burgman, muy entretenida la crónica del día. Esperamos con impaciencia leer la de mañana.

    Cuidadín con los callejones, no te vayas a encontrar faldas con sorpresa debajo, y quieras volverte a casa, o no!! antes de la cuenta.

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  2. Cómo se te echa de menos!! Claro, prefieres las faldas a las gaitas asturianas... El incidente del coche: bien narrado, aunque faltan las aperturas de brazos hacia el cielo. La verdad es que me he carcajeado un rato, cosa que viene bien en un día en el que está tu blog o Tele5 para entretenerse... Y no es por hacerte de menos, eso nunca!! El Macho (tú ya sabes) está notando tu ausencia. Otros cuatro, también. Mil besos.

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  3. Menuda experiencia!!!! Ya sabia yo q en estos pueblecillos, ocurre lo que menos te puedes esperar! Ya puedes tener cuidado, loco de la colina!!! Llevas un angel de la guarda a tu lado, q espero te siga todo el camino!

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