Correspondiente al sábado 21 de agosto de 2010, primera mitad
Scabster - Strathy Point - Bettyhill
No sé donde estoy, pero esto no forma parte del mundo, eso seguro. Bueno, en realidad yo sí lo sé, pero no os aportaría nada saberlo. A lo largo de la mañana de hoy, he ido de Málaga a Malagón, o lo que es lo mismo: de un lugar que si aparece en los mapas es por error, con un nombre tan poco sugerente que parece de ratón (Scabster), a otro que aparece pero tampoco debería, de la misma forma que nadie pone nombre a cada kilómetro de carretera. Porque, a primera vista, esto no es más que otro kilómetro más (bueno, aquí milla) de la ruta, a lo largo de la coste norte de Escocia, que une Thurso con Durness (dos poblaciones, por otra parte, que a su vez no creo que constituyan un destino para nadie). En resumen, a hacer puñetas, al fondo a la izquierda.
Pero ocurre que es precisamente esto lo que he estado esperando. Estoy en ese momento en que, después de comer, el cuerpo empieza a coger ese calorcito que había perdido con el frío de la intemperie, en un ¿café? que hace las veces de Tourist Information de un sitio que consigue hacerse hueco en www.visitscotland.com gracias a que nadie de la Oficina de Turismo se digna hacer acto de presencia para comprobar si sus reclamos merecen crédito. Y mejor así, porque romperían el encanto.
En este establecimiento, a todas luces regentado por un matrimonio y su joven hija, se sirve café, repostería y comidas frugales durante todo el día, que es justo lo que alguien como yo busca: no depender del horario. Y este sitio ha tenido el don de la oportunidad.
En lo que llevo en él, la mesa situada frente a la mía ha sido ocupada tres veces. La primera, antes de entrar yo, por un motorista que ha estado espabilado y se ha sentado mirando a la ventana, en medio de la cual hay un cartel que dice: Cèud Mìlè Fàilte, y entre paréntesis su correspondiente traducción al inglés: 100.000 Welcomes, lema al que esta familia es leal desde que cruzas el umbral.
El motorista ha sido interrumpido por otro que ha llegado en plan cowboy (por cierto, cuando oyes la radio te das cuenta de que en este país llaman cowboys a los profesionales poco honrados, vamos, lo que nosotros llamamos piratas, por lo que un yankee se ofendería una barbaridad), queriendo ser el más mirado del local (reducidísimo aforo, todo hay que decirlo). El recién llegado ha querido sacar el tema Como mola tu burra al que intentaba, simplemente, disfrutar de su comida mientras leía, así que ha recibido las respuestas más breves que la cortesía permite por estas tierras (para mí, todo un speech, yo lo hubiera solucionado con párrafo corto, Conrad).
Cuando ha liberado la mesa, han tomado posesión dos típicas five o’clock tea drinkers, con más de dos horas de adelanto sobre la hora reglamentaria, pero se les perdona por la magnífica interpretación del resto de la estampa.
Y ahora una pareja, en la que por la longitud de sus respectivos cabellos equivocarías sus respectivos sexos, a los que no hago una foto porque él está sentado de cara a mí a una distancia de dos metros y no quiero ser desalojado por la fuerza. Acostumbro a jugármela bastante en esto, la verdad, pero tampoco lo valen: demasiado sosos.
Pues, como decía, estoy en medio de la nada, porque esto es la pura nada. Me doy cuenta que siempre digo algo parecido, y siempre llego a un sitio aún más solitario. Por lo que me dicen, en las próximas 200 millas la cosa se agrava: ¡bien!
Una idea del paisaje podría darla la palabra “páramo”, creo. Esto, en gran medida, es una buena imagen de la auténtica desolación; una desolación muy hermosa, por supuesto. Ni un árbol en lo que alcanza la vista, pequeñas colinas y cerros a lo ancho y largo, y de pronto, un cortado a pleno océano atlántico de los que tienen trampa. Y tienen trampa porque aquí el viento es bestial.
He parado en un lugar llamado Strathy Point, un viejo faro que en los último años ha pasado a ser propiedad privada (aunque la luz como tal es gestionada de manera remota desde Edimburgo), pero a cuyo alrededor se puede pasar a pie, dejando el coche a un paseo de 15 minutos. Es un tiempo razonable para ir aclimatándote, la verdad. Porque, como para ascender al Annapurna, hay que aclimatarse. Como hombre precavido vale por dos, me he calzado las botas de montaña, que agarran mejor, protegen el tobillo, no calan y son más calentitas, el cortavientos, la cazadora para la lluvia con cuello alto y capucha, y el bastón retráctil ultraligero. Vamos, lo que llamamos un dominguero.
Pues no me han sobrado; de hecho, con alguno me he cruzado por allí que debía de estar haciendo surcos en el suelo con los dientes, de la envidia. Ande yo caliente…
Para empezar, en el mismo aparcamiento este cartel:
Lo de las ovejas entrando en pánico, como dirías tú, compañero, “sublime”; deliciosa estampa, no puedo decir más. Aquí la gente concilia el sueño como en España, pero las ovejas no saltan la valla, sino al vacío…
El caso es que durante el paseíto hasta el acantilado ya iba haciendo viento, in crescendo, hasta puro fortissimo. Parece ser que estaba en la trompeta de Duke Ellington y no me había enterado. El lugar en sí, un cabo mortal, con rocas adoptando formas agresivas (en pura defensa propia por las embestidas del mar y el viento, claro, not guilty), merece la pena, incluso si no se produce el ansiado avistamiento de cetáceos por el que es célebre (tal ha sido mi caso). Pero, como siempre, algún otro visitante te echa una mano para captar la esencia del lugar, y padre e hijo se han ido por las rocas hasta el mismísimo infierno en forma de lavadora en el programa de centrifugado a 1.400 r.p.m. Eran simpáticos, me hubiera apenado perderlos. Pero, sin saberlo ellos, me han permitido reflejar la dureza del clima, la fuerza del viento, y la belleza del lugar. Mi sincero agradecimiento:
Realmente, del viento asombraba, no sólo su intensidad, sino también su tenacidad; racheado, pero muy, muy tenaz. Yo estaba preocupado porque en una de sus embestidas arramplaba con el faro, y conmigo, que estaba en su escapatoria.
La intensidad de las fuerzas de la naturaleza en Strathy Point es sólo una muestra de lo que me espera en estas costas norte y oeste de las Highlands. En esta Siberia Occidental es lo que hay. Por algo, para mí, este es el quid del viaje.
Pero me temo que la referencia a Siberia podría considerarse razonablemente acertada. Una zona de las Islas Británicas (del Mainland, como llaman ellos a la grandota) en la que el Ministerio de Defensa gusta de poner campos de tiro y otras lindezas semejantes, algo tendrá. Para empezar, pocos vecinos protestones. Como los de Dounreay, que ya consiguieron que se desmantelara la central nuclear aquí localizada, en cuyo proceso se encuentran desde hace años, y al parecer va a durar hasta 2036 (no exagero, es así). Ahí es nada. Con razón las instalaciones levantadas para el desmantelamiento, que se encuentran al pie de la carretera principal, tienen entidad en toda regla para ser una fábrica de coches, del chasis a los ceniceros. Es lo que tiene mejorar las comunicaciones de un país: que todas las zonas se hacen accesibles y empiezan a aflorar las joyas que tenías en el trastero y nadie reparaba en que estaban. Ahora Mr. Smith (pseudónimo para mantener la privacidad del turista real), viene a pasar una semanita en julio y se sensibiliza. Eso ya estaba ahí, ¿eh?
Pero el lugar en el que me encuentro ahora es más amable (una micra, vamos). Tiene hasta un museo (una antigua iglesia) dedicado a la historia del lugar, y, fundamentalmente, a las Clearances, episodio de su pasado que les tiene bastante molestos. Básicamente, se resumen en que, hacia 1808, los grandes terratenientes, que percibían una renta de los agricultores y parte de sus ganancias, descubrieron el filón de las grandes explotaciones de ovejas, así que todos desahuciados y listo. Hubieron de refugiarse en las laderas de los cerros que vertían a los acantilados (con este viento, creedme, te vierten literalmente), unas tierras absolutamente estériles, especialmente peligrosas e inhóspitas, y además insuficientes. Esta jugada, I’m sorry, se la hicieron entre ellos: los ingleses no tuvieron nada que ver, salvo dar envidia a los ricos escoceses que querían replicar su modelo de negocio. Las formas, probablemente, no fueron las mejores; pero el progreso necesita aumento de productividad y eficiencia en la utilización de los recursos, y ese parecía un paso clave.
Consecuencia de las Clearances, gran parte de los desahuciados tuvieron que emigrar a Norteamérica, Canadá o Nueva Zelanda. Parte del mueso está dedicado a la historia y puesta en contacto de los distintos miembros del clan Mackay, dispersos por todos esos lugares. No hay mucho más que decir al respecto.
Siempre surgen cosas nuevas con las carreteras. Hoy les toca el turno a los sujetos de las autocaravanas. No sé por qué, son los únicos que no se apartan ni en sueños, aunque van pisando huevos. Si queréis saber lo que es adelantar a una autocaravana en una carretera escocesa, conduciendo un coche con volante a la izquierda, y con mal tiempo, imaginad a Torrebruno luchando por la zona con Pau Gasol, con gente disparándole con cerbatana desde la grada. Imaginad el sentimiento que te invade tras unas cuantas millas; de hecho, en la carretera hay señales diciendo, literalmente: “La frustración puede matar. Permita adelantar a los que le siguen”. Y los del Balmoral rodante, erre que erre.
Si uno quiere que la vista le alcance más allá de ese armario ropero, tiene que sacar más de medio coche al carril contrario, lo que significa comprar papeletas para dejar el coche como el acordeón de María Jesús la de los Pajaritos a volar; contigo dentro, eso sí, que es lo chungo.
Así que a uno no le queda más remedio que mirar por la izquierda de la caravana, aprovechando alguna curva a favor; al verlo más o menos despejado, sacar el coche al carril contrario para comprobarlo; y tirar de hipódromo, eso sí, sabiendo que enseguida tienes que arrojar el ancla por la ventanilla para no acabar en los pastos en la curva inmediata. Curiosamente, el último medio segundo notas dos abultamientos en la garganta, pero pasa pronto. Con la de Passing Places que hay, y no se dan por aludidos. De hecho, yo más que adelantar, aquí suelo dejar pasar: sólo manteniendo una reducida velocidad media puedes entrar en el Guinnes Book of Records por no haberte saltado ni una foto de las infinitas posibles… Si hay una parte del coche que se pone a prueba, es el motor… de arranque.
Lo que está claro es que Escocia se muestra para mí en todo su esplendor, tal cual es, vamos. Cuando alguien con quien no tienes mucha confianza te recibe en su casa, lo hace con las mejores galas (vestido de domingo, digamos), con el salón ordenadísimo, los cristales relucientes, y conformando una espléndida foto (los trapos sucios se lavan en casa). Cuando visitas a alguien de confianza, de esos a los que ni necesitas llamar para avisar de que vas para allá, te reciben como son, humanos, con el desorden normal de la gestión diaria de sus asuntos, sin ocultar lo que son, porque saben que lo sabes, y ambos, tanto visitante como visitado, se encuentran más cómodos.
Considerando la gente, y muy especialmente el clima, este viento de turbina de Boing 747, esta lluvia que vuela paralela al suelo, al que creo que nunca llega a tocar, estos nubarrones amenazantes, que tampoco terminan de desatar su ira, esta luz intensa que intenta abrirse camino entre ellos, a mí me parece que Escocia me ha recibido en Zapatillas, genio y figura, tal como es. Gracias.
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