Escocia

Escocia

domingo, 15 de agosto de 2010

En pleno reino, sin duda

Correspondiente al sábado 14 de agosto de 2010

Si venía hasta aquí, más de dos mil kilómetros de viaje, para ver paisajes increíbles, según decía la gente de esos que quitan el aliento, que te hacen creer que has cambiado de planeta; conocer gente encantadora, muy amable, preocupada por echar una mano al visitante si es preciso; alimentar cuerpo y alma, sobre todo alma, como en ningún otro sitio; ver belleza, pura belleza, allá donde mires; disfrutar de alojamientos con encanto a precios muy razonables, con detalles inimitables, con privilegios únicos en cada lugar, porque lo que ofrecen no se compra ni se vende, ni se paga condinero... me puedo volver a casa.

Me puedo volver, porque ya lo he hecho. Podría volverme, pero no tengo la menor intención. Porque ahora que palabra todo eso ya lo tengo tras pasar un sólo día en Escocia, lo que llegue será puro bonus track.

¿Por dónde empiezo? De verdad que no es tarea fácil, en absoluto (si tenéis que ir al baño, id yendo, porque creo que esto va a durar). Estoy en un lugar indescriptible, aunque luego intentaré hacerlo, tomando una cerveza (gracias, Dios, por hacerme amarla antes de llegar aquí), como un señor, en una de las amplias salas de estar de un hotel que no aparece en las guías (en la mía, desde luego, no), principalmente porque se dedica a dar servicio a los miembros de un club de vacaciones, cuyos miembros son fundamentalmente "guiris" de avanzada edad a los que les encanta la montaña y el senderismo. De hecho, el grueso de los huéspedes acaba de salir de la charla diaria sobre, supongo, las actividades del día siguiente, porque por lo que se ve en los tablones de anuncios, tienen la agenda alicatada hasta el techo. Pero nada de pelotitas en la piscina y yincana al son de Jorgie Dan. Aquí se viene a sudar la camiseta, señores (Porque la fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar, memorable), y el lema de esta gente es "Mejor caminar acompañado que solo". Y vaya si caminan.

El establecimiento, llamado Alltshellach, cerca de Glencoe (y digo el nombre del hotel porque de verdad que lo merece, ahora veréis), despacha las habitaciones que no han reservado los miembros del club a través de laterooms.com. Y menos mal, porque si no hoy me toca dar cumplimiento a la Ley que permite la acampada libre en cualquier tierra de Escocia, a condición de no estar junto a una construcción o una carretera, llevarte la basura contigo y no pasar más de dos o tres noches seguidas.

La historia es la que sigue. Como la improvisación es un arte (ver entrada de ayer, el día menos pensado me como mis refranes), aquí venía yo (a Escocia en general, me refiero) sin reserva ni nada parecido, en plan champi en plena temporada turística. Y ni torpe ni perezoso  (bueno, torpe un rato), amanezco en la mañana del presente con visos de dormir al raso a donde quisiera que me dirigiera. Anoche había probado varias alternativas, con poco éxito, pero una maravilla comparado con el de esta mañana antes del desayuno, que había sido un puñetero desastre. La diferencia básica es que anoche acabé procrastinando (gracias, Manuel) la tarea hasta el alba. Pero llegó el alba, y el lucero del idem, porque tenía que dejar la habitación a las 10 am, y con ella el wifi, el acceso al mundo de las reservas y la disponibilidad, y, en fin, toda esperanza de planchar la oreja en sábanas de raso, lino, algodón ramplón o lo que fuera.

Pero la gracia del Señor ha querido que laterooms.com se apareciera en mi vida a las 10:15 (como se puede apreciar, para un español, una cosa es tener que dejar la habitación a una hora y otra muy distinta efectivamente hacerlo; en plan Sr. Lobo: "Estoy a 30 minutos, llegaré dentro de 10") para ofrecerme este maravilloso establecimiento que, eso sí, en estas fechas exigía la reserva de un mínimo de dos noches. Y, primero, estaba yo como para mirar el dentado a ningún regalo, fuera equino o techado, y, segundo, que así se las ponían a Felipe II. Si está de Dios que repita pernocta en el lugar, pues repito, ¿quién soy yo para llevar la contraria en asunto tan delicado?

Aparte de coñas marineras, el sitio está cerca (unos 15 kms) de Fort William, que me habían recomendado utilizar como centro de operaciones para la zona, y el susodicho Fort William estaba a reventar (bueno, me ofrecían una habitación doble en un hotelazo, en comparación con los B&B, a 99 sterling, que aquí les gusta más llamarlas así que pounds). Y tenía como alternativa un camping en la Isla de Arran, de reducido tamaño, que funcionaba bajo un modelo que podríamos denominar tonto el último (el que me conozca bien, o regular, sabe que no es la primera expresión que me ha venido a la cabeza, pero debo ser políticamente correcto).

Así que, como mínimo, problema resuelto para las siguientes 48 horas, no está mal. Máxime cuando llevaba una horita y pico sintiendo cierta angustia porque, si esto empezaba así al segundo día, verdes las han segao para el resto del viaje. Bueno, Manolete, si no sabes torear, ¿pa qué te metes?. Porque querer ir de listo en un destino turístico nacional de primer orden (y a nivel internacional, también relevante), en plena temporada alta y en sábado, con dos coj...

Lección aprendida. Me he preparado un calendario para programar, por encima, el resto de los días, e ir sondeando alojamientos. El calendario no obliga (de hecho, no sé exactamente qué voy a hacer mañana o pasado...), pero da guías para ir llamando a sitios y, en función de la disponibilidad, entre otras cosas, definir itinerario y secuencia. Lo malo de que el conjunto de la operación me haya salido tan de coña, es que probablemente la lección me dure poco y vuelva a la cuerda floja, pero, si no, ¿a qué hemos venido? Pues eso.

Tras resolver el tema del hospedaje (que describiré a su debido tiempo), carretera y manta. Directos a Glasgow, en un primer tramo por carretera de doble sentido en la que aún no me sentía precisamente cómodo, y luego autovía divina de la muerte. Chicos, en Glasgow no hay circunvalación, así que hay que atravesarla todita toa, o eso me ha parecido, pero no ha sido en balde. Merece una visita, que, dadas las restricciones temporales y la existencia simultánea de otras prioridades y múltiples vuelos desde casa, dejaré para un fin de semana cualquiera. Pero la visita, merecerla, la merece. A Dios lo que es de Dios...

Pero Glasgow, hoy, era un lugar de paso para llegar a las Highlands. A apenas 30 kms de la ciudad, empieza el Parque Nacional de Loch Lomond. A ver, para entendernos, la geografía en Escocia está muy relacionada con los métodos de reproducción asistida. ¿Que existen problemas de concepción en una pareja de apellido, por ejemplo, Nevis? Pues se acude a la inseminación artificial. ¿Posible escenario subsiguiente? ¡Trillizos! Pues aquí igual... Loch Nevis (Lago Nevis), Glen Nevis (Valle Nevis), Ben Nevis (Pico Nevis, hermano mayor de los anteriores al que deben su apellido, ahí está la terna que constituye la familia numerosa meritoria de subvenciones y entradas gratis a museos, y que, se me ocurre, podría visitar mañana, que lo tengo a tiro de piedra).

Todo esto para decir que Loch Lomond es un Lago, que tiene a su alrededor todo lo imaginable. Para empezar, una carretera hermosa, en la que ya me he sentido cómodo por la gauche, y que sirve, me da la impresión, de equivalente al Cape Code de la costa oeste americana para la clase alta de Glasgow: puerto deportivo, barquitos y motos acuáticas por doquier, y emplezamientos para que los turistas contemplen ambos con considerable envidia. Es un lago inmenso, muy, muy bonito. que desde la carretera se disfruta a regañadientes porque para eso están los árboles que evitan la distracción al volante. Todo sea por la seguridad en carretera. Eso junto a las infinitas señales de Traffic Enforcement Cameras, Villarriba welcome safe drivers, etc, etc.

Pasado Loch Lomond, ser o no ser, esa es la cuestión. O, playa o montaña (en plan anuncio TV, más para el gran público), esa sigue siendo la cuestión. Es decir, derechos a destino o nos desviamos, just for the fun of it. En castellano antiguo, vamos, que si antes de ir a Glencoe me paso por la tumba de Rob Roy (sí, sí, al que ponemos el careto de Liam Neeson) o no.

Pues como, yo, previsor, en el cuestionario de laterooms.com indiqué que llegaría hacia las 22:00, evidentemente, desvío, más que nada por curiosidad. Mitómano, la verdad, no lo soy mucho, y menos de alquien al que la guía describe como un delincuente (Hollywood fue bastante más benévolo, hay que generar héroes que vayan al cine y compren merchandising). Al perecer, al amigo le trincaron después de mostrar una inquebrantable amistad por lo ajeno, y le condenaron al destierro, del que en realidad libraron mediante algo equivalente el perdón, retirándose a vivir en un pueblo en el que, ahora, se encuentra su tumba, que me disponía a visitar (un pueblo llamado Balquhidder).

Ya de camino al referido lugar, el paisaje se ensancha, y reaparecen las colinas verdes, celestiales, con muros de piedra y que custodian un río que discurre lentamente entre ellas, ocupando una gran superficie del valle. Pero esto no es nada, luego veréis.

Ya en Rob Roy's Grave, me olvido del sujeto y disfruto del lugar (¡qué lugar!). A mí, no sé por qué, siempre me han llamado la atención los cementerios antiguos de estas islas. El de East Grinstead, el pueblecido al que venía de intercambio, al sur de Londres, me evocaba brujería y echizos a media noche, en realidad más en plan Salem (acojonaba, por eso sólo iba de día). Para este tipo de lugares, Boston es único: la ciudad está sembrada de ellos, muy antiguos, separados de los edificios de oficinas colindantes por una verja de hierro fundido que ya avisa de lo que espera dentro. La parte antigua de La Almudena, en Madrid, tiene su aquél, sólo le hace falta un lavadito de cara. Y en otra onda completamente, Arlington, en Washington, impresiona (vaya, me estoy dando cuenta de por qué me eligieron para entablar determinados vínculos profesionales...).

El pequeño cementerio en el que se encuentra la tumba de Rob Roy, fuera éste bueno o malo, es increíble. Justo antes de llegar a él me he quedado sin batería en la cámara de fotos, y la batería suplente, con la que yo contaba de manera confiada, estaba más muerta aún (error de cálculo, creía haberla cargado, y res de res). Pero las cosas no pasan porque sí. Cámara en el coche, manos desocupadas, y a disfrutar del lugar. Dos grupos de tumbas, excepcionalmente solemnes, a ambos lados de una pequeña iglesia absoltumante preciosa. En medio de uno de los grupos de tumbas, las ruinas de lo que en otro tiempo debíó de ser, también, una iglesia. Pero quedan, fundamentalmente, la fachada principal, el lateral izquierdo y una porción menor del derecho; la cubierta se esfumó hace tiempo. Lo más alucinante son los cipreses que, alineados con el muro situado a la siniestra, crecen dentro de la planta del templo. El conjunto es espectacular.

Junto a este grupo de tumbas, al fente de las cuales se haya la de Rob Roy que, como apreciaréis, no me he detenido a describir, se encuentra la iglesia actual (bueno, tiene más de 150 años). Abro al puerta, situada en un lateral, que dispone de un reducido porche con cubierta de madera a doble vertiente, y encuentro una preciosa capilla repleta de bancos tapizados en rojo y, a mi izquierda, el altar, de madera, con un sillón detrás que le hace parecer más bien el despacho que debería haber tenido Charles Foster Kane (Ciudadano Kane); y tras ambos una sencilla, e impresionante a la vez, vidriera de dos cuerpos, sin color alguno, muy vertical. A un lado de ella, el moderno órgano, en el que, casualidades de la vida, una mujer practica la melodía para la celebración correspondiente. Tal cual, palabra. Es el propio instrumento el que tapa a la mujer, a la que, sentada de frente a donde deberían estar los parroquianos, sólo se ve el cabello, por la altura del órgano.

Pese a la solemnidad del lugar, la música es alegre. Entro sin hacer ruido y, tras contemplar un rato, subo al segundo piso (el gallinero, que diríamos en el cine Capitol), y me siento dejando a mi espalda un vidriera similar a la que hay tras el altar. La música sigue, y uno se puede imaginar perfectamente a todo el pueblo (que no es mucho) allí congregado un dia cualquiera, con sus libros de himnos (que, lo recuerdo, estaban apilados enfrente de la entrada, encuadernados en piel color sangre). Un pueblo que, sin haber entablado conversación con ninguno de sus habitantes, se nota que mantiene sentimiento de identidad, de la villa y de la nación. Porque, en el Reino Unido, cómo no (y lo digo con el máximo respeto, admiración y, posiblemente, envidia), recuerdan a cada paso a los caídos en las Grandes Guerras (creían que iba a ser una, como atestigua el monumento erigido a los caídos entre 1914 y 1918 nacidos en este pueblo, pero tuvieron que ser dos). Y en este cementerio se les recuerda, vaya si se les recuerda: lo primero que te topas al entrar, es en su memoria.

El caso es que la organista sigue practicando, y yo sentado en la última fila del piso superior, con la vidriera a la espalda. Tras un rato, como si hubiera terminado su turno en la caja de un supermercado, cierra el chiringuito, coge su bolso y se va. Desde el interior se la oye arrancar el coche, rodar sobre el camino de piedrecitas sueltas, y acelerar al incorporarse a la calle asfaltada. Y el zumbido del motor se aleja...

Y allí me quedo yo, mirando la madera del techo, y pensando: "Jo, esta gente es única". Nadie me echa, nadie me mete prisa. Cuando quiero, simplemente, yo también acabo mi turno, pliego la moleskine, y me voy. Un placer. Me encantará volver...

Bueno, como diría Sabina, resumiendo: un lugar único, espectacular, tranquilo y discreto. La cámara hubiera estorbado. De imágenes está internet lleno... Pero no os las pongo, porque no he visto ninguna que realmente haga justicia al lugar. Tendréis que venir.

Hoy esto se está prolongando... Os lo avisé, debistéis ir al baño cuando tuvistéis ocasión.

Desde allí, de vuelta al cruce de caminos (recordad, ser o no ser), unas 30 millas atrás, y seguir rumbo a las Highlands. Y qué Highlands, madre de Dios. Me habían hablado de la carretera de Loch Lomond a Glencoe (gracias, Miguel). Y con razón.

Me cuesta describirlo. Un montón de millas (y, cuando terminan, uno pide más) en un lugar increíble. Carretera de doble sentido, sin arcén, pero decentilla. Bastante tráfico, pero la gente no tiene prisa; circulamos todos como con la cabeza gacha, inclinada ante la solemnidad del entorno. Valles romos, no demasiado pronunciados, entre cumbres que en general no son tales, porque son redondeadas, suaves. No son las pendientes más pronunciadas por las que he pasado, ni mucho menos, pero llamarlas colinas en un claro insulto. Podrían serlo, pero a lo bestia. Y una elegancia. La vegetación no levanta del suelo más de 20 o 30 cms (chico, qué quieres, seguro que tiene un nombre, pero no soy experto), pero el verde es intenso, incluso con el cielo cubierto. Y de pronto ríos anchísimos, aunque ninguno parece profundo. Ni las montañas, ni los valles, ni los ríos, compiten por ser más altos o más profundos. Parece que la batalla de la altura ya no se libre, porque la saben ganada. No hay cima en la isla por encima de los 1.700 metros. Pero aquí tienes la sensación de estar por encima del Everest. Estás tocando el cielo. Qué c…, estás en él.

Con razón este ha sido escenario de millones de tomas para el cine; Cameron, para Avatar, no podía diseñar con ordenador algo como esto.

Y no se puede contar mucho más, sin ser redundante y empalagoso. El que quiera que venga a verlo. La parte pragmática es que si te bajas del coche a disfrutar del paisaje, ten a mano el repelente de mosquitos, porque van a degüello. Son ínfimos, pero entran a matar todos a una, como en Fuenteovejuna. Yo lo llevaba razonablemente accesible, y menos mal.

Por el camino, en pleno éxtasis, veo desde la carretera un hotel de postal. Se llama King’s House Hotel, por haber sido cuartel militar durante muchos años, hace siglos ya (para datos precisos, la Lonely Planet, que esta no es la finalidad). Está en medio de la nada, y hay mucha nada para comprobar que efectivamente el inmueble está sólo, sólo. Aunque queda algo de claridad del día, se ven luces encendidas tras algunas ventanas, y humo saliendo por la chimenea; algunos coches en el exterior; y el camino que lleva a la carretera, mi carretera. ¿No será un decorado?

Y es que parece que, cuanto más al norte, más impresionante. Hoy mismo, antes de descubrir todo esto, he hablado con alguien que me ha insistido en que todo el tiempo que se dedique al Finisterre escocés, es poco, y que no me enrolle dando vueltas en círculo a islas que tienen carreteras de un sólo sentido (si te pasas la salida, otra ronda...). Así es que, recomendación a la coctelera, y veremos qué ruta sale.

Y, por último, para no aburrir más al personal, tras hacer la parada de rigor en una gasolinera a preguntar, y encontrarme con un dependiente tan majo que acto seguido llené el depósito a rebosar sin tener necesidad de ello, siguiendo sus indicaciones cruzo Glencoe (tal que Cicely, de Doctor en Alaska-Northern Exposure), y llego al alabado hotel.

Es una mezcla entre villa victoriana y refugio para montañeros, donde la vida se hace en común, excepto la íntima, que es lo importante. El horario de comidas es reducido, y se hacen en grandes mesas con quien te toque, timideces las justas. Pero las habitaciones son enormes. Mi habitación individual tienes dos camas, separadas por tres metros entre los que se sitúan dos mesillas, dos sillones y una mesita. Por otras lado, una cómoda y un armario ropero de los de pueblo de antaño. El baño (dentro de la habitación, para mí solito, esta vez sí) es inmenso y está impoluto, y además alicatado, ni moqueta ni leches, como nos gusta en la península.

Pero eso no es nada. Lo más de lo más es la piscina climatizada. No hay socorrista, pero está abierta todo el día. Así que un servidor, tras tomar posesión de sus aposentos, se ha bajado a hacer unos largos en un agua calentita. Es tal la tranquilidad, que, para ahorrar energía, la piscina está cubierta por una lona que, si te quieres bañar, tú mismo la retiras (mecanismo casi automático, no me imaginéis sudando tinta, porque no se hubiera bañado ni Rita) y luego la repones. ¿Estáis visualizando la piscina en un sótano? Una leche. Si cogéis una villa victoriana, y os sentáis a tomar el té contemplando la espléndida finca por unos ventanales grandes como el arcoíris… os mojaríais, porque estaríais en mi piscina. Una pasada. Uno se siente como James Bond (Sean Connery) en Operación Trueno, de retiro en un balneario francés, antes de liarse, primero a tortazos y luego con la enfermera... Malas noticias: aquí no hay enfermera (bueno, tampoco hay malos).

Y todo esto con la sensación de estar en un sitio de montaña, con gente más o menos de montaña (hombre, pequeño-burgueses), y por 10 sterlings más que el B&B de ayer (que era estupendo, no digo que no, todo sean parabienes). ¿Ahora me váis entendiendo?

Y tras el bañito, mi half-pint de cerveza (bueno dos, que suman one pint, no confundir con el One point, de Eurovisión), a descargar la fotos que me ha dado tiempo a hacer con la cámara antes de que la batería exhalara su último suspiro, y a escribir, que había mucho que decir.

Naturalmente, espero que en días sucesivos esto volverá a la brevedad acostumbrada, porque hoy ya pasa de castaño oscuro. Pero comprended que, sin entender el día de hoy, lo que dijera en adelante parecería dicho con poco entusiasmo, cuando en realidad lo que pasa es que, probablemente, seguiré flipando unos días. Sin duda, he llegado al reino. Lo que venga después, bonus track.

1 comentario:

  1. Hola tío Burgman:

    ¿cómo te lo estás pasando en Escocia? ¿Cómo son los coches en Escocia? ¿Hay alguno como Rayo McQueen? te has bañado en el mar, está el agua fría, has cogido olas?

    El otro día fui a ver dinosaurios (aunque estaban muertos, y me lo pasé genial, aunque alguno me dio miedito y luego no tuve miedo al final. También vimos un meteorito, pero ese no me dio miedo.

    ¿hay dinosaurios en Escocia?

    Te quiero mucho y te echo de menos. Muchos besos.

    Goodbye

    ¿

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