Escocia

Escocia

miércoles, 1 de septiembre de 2010

A por ellos, que son pocos y cobardes...

Correspondiente al miércoles 1 de septiembre de 2010

Bueno, pocos no: 1.322, según Google Maps. Hablamos de kilómetros, de los que me he metido hoy entre pecho y espalda.

Ayer me fui a dormir en Bayeux (Normandía, Francia) con la idea de hacer la mitad del camino hasta casa, durmiendo probablemente en el entorno de Burdeos. Pero resulta que, sin madrugones ni prisas, a las 3 de la tarde ya había llegado a ese punto, así que me he dicho lo que reza el título de esta entrada. Y con las mismas, hasta casa.

Hay que agradecérselo, principalmente, a unas buenas autopistas desde un punto al otro, poco tráfico, salvo de Burdeos a Bayona, y a mis sufridas lumbares (ya no sabía qué postura adoptar, manteniendo aún la vista en la carretera y los pies en los pedales, bastantes recomendables ambas condiciones para una conducción segura).

En definitiva, tras 20 días, 6.498 kilómetros (sin contar ferrys) y 3.360 fotografías (contando una mayoría de ellas que irán directamente a la papelera de reciclaje) desde mi salida de Villanueva de Colombres el 12 de agosto, el viaje ha terminado.

En los próximos días espero completar algunas cosas que faltan en este blog. De todas formas, incluso sin esos pendientes, creo que leyendo cualquiera de las entradas, de cualquier fecha, se puede apreciar lo alucinante que es el viaje, o por lo menos el entusiasmo con el que yo lo he vivido. He encontrado una lista inabarcable de increíbles sorpresas, en cada uno de los días: empezando por la gente, los lugares, la infinita fortuna que me ha acompañado. Cada día era una caja de sorpresas (o de bombones, como decía la madre de Forrest, Forrest Gump). Y vosotros. Muchas gracias por haberme seguido durante este trayecto. Por vuestra culpa, no sé si realmente puedo decir que he hecho el viaje solo...

No obstante, ya os iré dando la lata personalmente, delante de unas cervezas, aunque aquí no sean pintas. Nos vemos...

Un pedazo de historia

Correspondiente al martes 31 de agosto de 2010

Otro tono. La entrada de hoy merece otro tono. O no, simplemente es el cuerpo que se te queda después de visitar el escenario de una brutalidad a una escala impensable en la actualidad. Por una causa, probablemente, también impensable a día de hoy.

Esta mañana amanecía en una cama para recordar, infinita, contundente, amorosa al mismo tiempo. Te retenía como el abrazo de un pulpo. Pero tenía una cita con el desayuno a las 8:30 a la que no podía faltar, principalmente por cortesía hacia mis anfitriones, que me daba a mi la impresión se levantaban pronto por ese exclusivo motivo (sus rostros, encantadores pero somnolientos, me lo han confirmado al bajar). Eso sí, estaban suficientemente despiertos como para arreglarme el alojamiento de esta noche misma noche, que ellos no podían ofrecerme. Una vez más, muy buena gente.

Y primer destino: el cementerio americano de Normandía, un Arlington en miniatura (si el lugar donde reposan los cuerpos de más de 10.000 almas que encontraron la muerte en una campaña de un par de meses, que representan apenas el 40% de los caídos norteamericanos en ese plazo, puede dejar de parecer descomunal y escalofriante). Tiene su significado que en la zona haya también un cementerio británico, canadiense, alemán... No faltaba quien ocuparlos.

Como digo, visto friamente, es un espectacular ejemplo de geometría y pulcritud, como un quirófano. No hay una cruz fuera de su perfecta alineación, ni una brizna de hierba fuera de orden. Un inmenso mar de cruces, cruces y más cruces, todas deslumbrantemente blancas después de medio siglo (fue abierto en 1955), gracias al mármol italiano traído expresamente por esa facultad, todas idénticas (unas 150 son estrellas de David, por motivos obvios), sin distinción de rango o ninguna otra causa. Los mismos datos en todas: nombre completo; batallón, regimiento, etc al que pertenecieran, estado de la Unión en que se alistaron y fecha de su muerte. Y por detrás, en la base, el número de identificación del soldado.

¿No falta un dato? En ninguna figura la fecha de nacimiento. Por lo que creí entender, para que no se pueda echar la cuenta de la edad: una media de 22-24 años, pero no faltaban los de 18 y 20 años. Niños.

Entre ellos, sólo tres tienen una diferencia: mención a haber obtenido la medalla de honor, la más alta consideración del ejército de su país. Sólo tres. ¿Qué debieron hacer para merecerla, y destacar sobre otros 10.000 que se dejaron la vida y yacen a su lado? ¿Qué entregaron ellos, además de la vida? Y cuatro mujeres. Éstas tenían prohibido combatir, pero el destino quiso que una de ellas, por ejemplo, se matara, al poco de acabar la guerra, cuando se estrelló el avión en el que viajaba a París para encontrarse con unas compañeras de la cruz roja (las Donut Girls). En este lugar, cada nombre esconde una historia, una familia, y un horror.


Como 10.000 a alguien podrían parecerle poco, en el recinto se puede encontrar también un monumento a los desaparecidos, 1.500 nombres de propina, escritos uno a uno. 1.500 historias más. Sólo americanos.

No se trata de valorar a un país u otro, sus intervenciones militares (pasadas o recientes), sus motivos y su coste. En esta en particular se perciben varias cosas. La primera de ellas es que el mensaje que transmiten los locales es de no olvidar. Se percibe un intenso sentimiento de deuda, de reconocimiento. Da la sensación de que detrás de esta actuación había valores, había desesperación, había auténtico pavor a un enemigo que avanzaba hasta tomarlo todo, el malo (porque entonces parece que sí había un malo claro, y unos buenos; más sencillo de entender).

Cuando uno entra en el cementerio americano de Normandía, impresiona. Tanto, que procura no hacer ni el ruido de la respiración. Se pide respeto; y se da respeto. Ellos son los primeros que respetan. Tras una larga serie de visitas a castillos, barcos, campos de batalla y otros saraos, a entre 3 (la excepción) e inlcuso 14 pounds la entrada, aquí no se cobra; de hecho, nada se compra ni se vende. ¿Quiere usted agua? Ahí está la fuente, fresquita, y gratis. Y apartada, junto a los servicios. Aquí no se viene a comer ni a beber, ni a comprar libros o figuritas de recuerdos. No hay tienda de souvenirs, nada. No se comercia. ¿Quiere usted un guía que le cuente lo que quiera saber, en inglés o francés? Aquí lo tiene. Pero deje la cartera en el bolsillo, que no hemos venido a eso. Quieras o no, eso da credibilidad. ¿Es parte de una campaña de imagen y sólo buscan transmitir su mensaje? Que cada uno juzque.

El gobierno francés cedió el terreno al americano en su momento para la construcción del cementerio. El coste, y el mantenimiento, corre enteramente a cargo del gobierno americano, que no dice esta boca es mía. Los empleados son franceses; los ingresos por turismo se generan en los hoteles, B&B, restaurantes, tiendas de recuerdos de la zona, que evidentemente son franceses y pagan sus impuestos en Francia.

El hecho es que impresiona,  ya lo he dicho. Si lees la historia de un par de ellos, si ves cómo una parte importante de las bajas se produjo porque, al desembarcar, el equipo era tan pesado y las circusntancias tan difíciles que muchos simplemente se hundieron, muriendo ahogados sin empezar a hacer aquello para lo que se habían estado preparando dos años, si imaginas por diez segundos lo que debió de sentir uno solo de ellos, si te calzas sus botas el tiempo que dura hoy un anuncio en televisión, el nudo en la garganta lo tienes asegurado.

Seguro que el caso no es excepcional, y que cualquier escenario de horror y muerte, de los muchos que ha dejado nuestra historia, ofrece el mismo menú. Será que este es suficientemente reciente como para conservar aún evidencias y testigos que lo cuenten.

Y tras ver una parte de la factura de la invasión, a los talleres. Otro lugar célebre es Pointe du Hoc, famoso por tratarse de unos acantilados sobre los cuales se hallaban cinco cañones alemanes, especialmente amenazantes para el éxito del desembarco por su situación. 225 Rangers tenían su destrucción como primera misión la madrugada de aquel 6 de junio. Para ello debían llegar a la costa en barcazas, escalar los acantilados y tomar la posición. Un error de navegación hizo que llegaran 40 minitos después de terminar el apoyo aéreo, por lo que los alemanes se había repuesto al recibirles. En 15 minutos estaban arriba, peró sólo unos 150. Los cañones no. Debieron encontrar su posición (al parecer, no habían sido disparados), una milla tierra adentro, destruirlos, y aguantar dos días a que alguien fuera a rescatarlos. Para cuando recibiron apoyo, sólo quedaban 90 de los 225 iniciales.


Aún quedan en muy buen estado una parte importante de los búnkers defensivos, moles enterradas de hormigón armado (con muros gruesos como la muralla china), rodeados de un campo de cráteres de unos 4-5 metros de profundidad y 10 de diámetro. El proyectil que hizo eso no hacía prisioneros.


En otro punto de Omaha Beach, más juguetes: las baterías de Longues-sur-Mer. Unos artilugios siniestros que siguen apostados mirando al horizonte del Canal de la Mancha, como si nadie les hubiera dicho que la guerra ha terminado. Se lo soplé, pero no bajaron la guardia. Debió de ofenderles bastante que los niños se subieran a su grupa para hacerse fotos. No deja de ser un buen retrato de la seguridad que siente hoy quien va allí, muy distinto fue en 1944.

Estos cañones, como los de Pointe du Hoc, están unos 500 metros tierra adentro. Sus ojos son el puesto de guardia al borde del acantilado, desde el que se controla el mar y se dan las cordenadas del objetivo. Ciego el puesto, ciegos los cañones, que es lo que pasó en Pointe du Hoc. Al asomarme, se ven hacia el este unos inmensos bloques de hormigon y hierro, unos alineados con la costa y otros perpendiculares a ella. Son los restos dantescos del antiguo puerto artificial que, una vez tomadas las playas y un perímetro de seguridad tierra adentro, sirvió, enfrente de Arromanches, para desembarcar armamento, vehículos y todo tipo de suministros para la invasión, hasta que fuera tomado alguno de los puertos de la región, fuertemente protegidos. Allí fui después.


Además de los que se encuentran mar adentro, en la playa, como ballenas varadas, otros tantos, entre los que uno se pasea como parte más del (grotesco) paisaje. Con sus estructuras oxidadas, hoy cobijo de mejillones, algas y otros seres, son un reclamo para los curiosos (como yo), y un recordatorio de lo que allí pasó. Están plantados en medio de la playa como el recuerdo está grabado en los que lo vivieron. Si miras a la arena, ahí están. Si miras al horizonte, ahí están. Encayados, torpes, inamovibles. Contundentes como la historia que cuentan.


lunes, 30 de agosto de 2010

¡Bienvenu!

Correspondiente al lunes 30 de agosto, segunda parte
Llegada a St. Laurent-sur-Mer (Omaha Beach)

Tras una buena siesta abordo (llevo una falta de sueño acumulada como para cubrir las imaginarias de toda una mili), a volver a conducir por la derecha. No creáis, estaba ya tan acostumbrado a la izquierda, que he tenido que ir muy alerta y pensando en cada momento por qué lado toca esta vez. Pero lo que sí se nota es un volumen de tráfico completamente diferente, ¡qué maravilla!

Y, tras adquirir un mapa detallado a la primera oportunidad, para evitar estar adivinando, he llegado a St. Laurent-sur-Mer, un diminuto pueblo en el mismísimo centro de Omaha Beach, una playa de 8 kilómetros crítica en el Desembarco, que en realidad tenía otro nombre, pero tras la IIGM todo el mundo se refiere a ella por la denominación clave que le dieron los aliados (lo mismo ocurrió con las actuales Utah, Gold, Juno y Sword). Chocan esos nombre secos, duros, contundentes, con los de las localidades vecinas, mucho más poéticos y azucarados.

El B&B, una especie de casa solariega, que por dentro parece un palacio, con una decoración con solera, muy francesa, muy cuidada también. Soy el único guest de esta familia de los cuatro miembros típicos, que me han recibido haciendo sus cosas, con el chaval viendo la tele en el salón. La sensación es total de host family.

Tengo una habitación enorme, con 2 camas (una de ellas de matrimonio king size, repleta de grandes cojines) y 3 butacas, un armario ropero de los de patas y dintel curvilíneo con un cordón dorado que pende de la llave de hierro que descansa en su cerradura, chimenea (condenada) sobre la que se luce un reloj clásico cubierto por una campana de cristal, mesillas dominadas por sendas lámparas de lectura con pantalla de cristal verde (como de biblioteca de Oxford) de las que cuelgan las respectivas cadenitas para su encendido, lienzos enmarcados en barrocas molduras doradas, y tres alfombras parcialmente superpuestas, que cubren sólo la parte transitable de un suelo de largos listones madera rústica, oscura. La puerta, altísima y sin pestillo, incrementa la sensación de invitado en la casa, más que de cliente de hotel. Y, sobre la mayor de las camas, dos pequeños espejos enmarcados también en dorado, más un tercero convexo entre ellos dentro de una moldura que semeja los rayos del sol. Todo muy clásico; todo muy francés.

Mis anfitriones han sido encantadores, también a este lado del Canal de La Mancha. Lo han sido al recibirme, al enseñarme la habitación, al alabar inmerecidamente mi chapurreado francés, y al dedicarme sus veinte minutos a contarme los principales atractivos de la zona e indicármelos sobre mi nuevo mapa, incluso con recomendaciones sobre la hora más aconsejable para visitar cada sitio.

Respecto al idioma, son tan generosos en gran medida por la ilusión que les hace que les intentes hablar en su lengua. Aunque esta zona, probablemente, lo lleva mejor que ninguna otra de Francia por su proximidad y relevancia como puerto de acogida a los ferrys, en general en las Galias molesta mucho que les hables en inglés. De hecho, todos valoramos cuando, estando en nuestro país, el visitante extranjero al menos intenta comunicarse en nuesro idioma, aunque lo haga mal. Lo contrario nos parece prepotencia, o desprecio hacia nuestra cultura. Pues aquí también. Ahora toca la lengua de Molière.

Antes de dar la jornada por terminada, había que aprovechar los últimos rayos de sol sobre la playa de Omaha, que está a apenas 800 mts de mi B&B. En realidad, los ultimos rayos también se habían largado antes de llegar yo, así que me he conformado con la poca claridad que quedaba, que por supuesto creaba una luz púrpura muy adecuada para el lugar.

Impresiona ver la playa desierta, a esa hora tardía, con el fuerte sonido y olor del mar, con algunos bloques de acero y cemento (empleados hace 60 años para construir un puerto de emergencia en tan sólo 2 semanas, que diera entrada a la invasión) asomando a la superficie como la aleta dorsal de un tiburón, ¡oh, bajamar indiscreta! Impresiona imaginar el estruendo reinante de aquel largo día (El día más largo), la tensión, el miedo, el caos... en lo que hoy es una playa mortalmente tranquila. Hay que joderse, de lo que somos capaces.


Me han hablado de varios destinos imprescindibles (el cementerio americano, las baterías de Longues-sur-Mer, Pointe du Hoc, Arromanches-les-Bains), que espero poder visitar mañana. Pero para reducirlo a esa breve lista ha hecho falta un esfuerzo extra por parte de mis anfitriones, que advierten que hay mucho más que ver. Hasta ahora, el sitio me gusta, los B&B parecen funcionar al menos igual de bien que en UK y la oportunidad de sumergirse en la historia parece única.

Dicen que de una boda sale otra boda. Me parece que a Normandía le acaba de caer el ramo...

On the road again...

Correspondiente al lunes 30 de agosto de 2010, primera parte.
Ware (Londres) - Portsmouth - Cherbourg - St. Laurent-sur-Mer (Omaha Beach, Normandía)

Tras un fin de semana de turismo tranquilo en los alrededores de Londres, hoy comienza el asedio a uno de los últimos objetivos de este viaje, que, como los anteriores, rondaba por mi mente desde el principio pero nunca ha estado asegurado. Estoy en el ferry, saliendo de Portsmouth, y camino de Cherbourg, en la costa francesa. El plan: pasar dos noches en Normandía para dedicar un día a visitar las playas y resto de escenarios del desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944.

Efectivamente, no tiene nada que ver con el resto del viaje, pero tampoco tenía mucho que ver el ambiente de Edimburgo con las Highlands, ni el fin de semana en Londres. Es parte de la gracia.

Una vez más, suerte: ya tengo alojamiento para esta noche en un B&B (no tenía ni idea de que también funcionaba el sistema en Francia, pero abre nuevas opciones para próximos itinerarios, y no digo más), simplemente con la primera llamada de teléfono de la mañana. Bingo. Naturalmente, una cosa es tener suerte y otra perder la emoción: para la segunda noche estaban completos, Je suis desolé (encima me cambian el idioma), pero ya aparecerá algo con el sistema de los carteles (espero).

Y como esta parte del viaje no estaba muy preparada (no tengo ni guía, ni mapa, ni, prácticamente, la menor idea de la zona), me toca documentarme a marchas forzadas e improvisar. Vamos, más de lo mismo. Bien, ¿eh?

Como diría Ussía, viajar en avión es una ordinariez. Lo elegante, lo de toda la vida, es viajar en tren o en barco. Y, desde luego, tras mi cuarto embarque del viaje, os puedo decir que lo del barco está muy bien. Desde el macro ferry de Santander-Plymouth, pasando por el High speed de tamaño medio de hoy, hasta llegar a los catamaranes, más pequeños, de las Islas Orcadas, en todos se viaja muy, muy cómodo, disfrutando de unas vistas estupendas, con espacio para entrenar una maratón, y sin molestias para embarcar, facturar y un larguísimo y molestísimo etcétera cuando viajas en avión. Aunque no lo he pisado esta vez, el tren cuenta con el mismo encanto y las mismas ventajas. Efectivamente, el avión gana la mano de la rapidez. Vale, y los fish & chips; por eso tampoco los he probado. Porque no tengo prisa ni quiero tenerla.

Hoy es bank holiday en UK, así que he disfrutado de un tráfico bastante razonables desde Ware, además de un tiempo estupendo, cumpliendo el horario previsto y sin arañar el colchoncillo de tiempo con el que contaba, escarmentado como estaba de mis últimas andanzas de estos días por la M6 y la M25, unas joyas de los triglicéridos automovilísticos.

Por el momento, poco más. Reentrando en modo lonely traveller, tras unos días de estar muy bien acompañado (infinitas gracias a Lorena, Silvia y Esther), y pensando en hacer mis deberes para sacar el mayor provecho del viaje a la IIGM. Estoy de vuelta.

sábado, 28 de agosto de 2010

En la civilización

Correspondiente al viernes 27 de agosto de 2010
Edimburgo - Ware (Londres)

Chicos, se acabó lo que se daba. Estoy en Londres (bueno, Ware, al norte), en casa de mi prima Lorena, que ha tenido la gentileza de acogerme. Pero lo que es Escocia y yo, esta mañana nos hemos dicho adiós; bueno, hasta pronto, porque en invierno me gustaría volver un fin de semana largo a Glasgow, y el agosto próximo me véis en Edimburgo seguro, al menos 4 o 5 días.

Aunque hoy no tenga mucho que contar, salvo la estupenda hospitalidad de Lorena y sus compañeras de piso (porque más de diez horas de reloj las he pasado en la carretera, gracias sobre todo a la M6, que es un atasco permanente) el viaje no ha terminado. Mañana tenemos previsto ir a ver los acantilados de Dover y Canterbury porque alguna cosa haré por aquí, podéis estar seguros, y tengo previsto pasar por Normandía.

Por no hablar de que os debo la entrada de Glencoe y la de ayer, porque el ambiente de Edimburgo en estas fechas merece ser contado...

jueves, 26 de agosto de 2010

The Royal Oak

Correspondiente al miércoles 25 de agosto de 2010
Edimburgo

Por primera vez, hoy no he movido el coche en todo el día (bueno, lo he cambiado de plaza de aparcamiento), y esta nueva tendencia no es sino un reflejo del punto de inflexión que se ha producido en el viaje. Esto es, en parte, otra historia.

Para empezar, Edimburgo en agosto es una marea permanente de gente. La hay, principalmente, de 3 tipos: los locales, que están siempre, y jamás constituyen una marea de nada; los que vienen a los festivales (Fringe, Festival Internacional de Edimburgo, y otros que, creo, se han inventado para subirse al carro de estos dos); y, por último, los típicos turistas que son llevados de la mano a ver piedra tras piedra y a comer y beber en los sítios típicos.

Los primeros son la gracia de la fiesta, no sólo no molestan sino que son a los que vengo a ver, fundamentalmente; los segundos son multitud, todo lo que diga es poco, pero se lo pasan pipa, están a lo que están y forman también parte de la atracción turística ; y los terceros, ¡Díos mío!, ¿qué podemos hacer con ellos?

Entre todos forman una auténtica marabunta, pero me da la sensación de que en realidad se mezclan poco, no tienen apenas hábitat en común. Eso sí, cuando coinciden, ni la Gran Vía.


Hoy, lo primero, el Castillo de Edimburgo, que es cita obligada, por lo tanto me ahorraba pensar, ofrece buenas vistas de la ciudad, y me permitía ir adaptándome. Aunque el chaval de la recepción de la Universidad se ha esmerado en explicarme los autobuses, ha caído en saco roto, porque ¿qué mejor manera de ir famiriarizándose que a patita?

La fortaleza, como tal, muy mona, pero hemos empezado con mal pie con la colas para adquirir la entrada. He cogido un audiotour en román paladino, y a correr, a mi aire. El montaje en sí es, creo yo, decepcionante. Con la fama que tiene, la visita carece por completo del encanto de otros castillos escoceses, desde luego queda ridículo comparado con mi experiencia en Creigievar Castle, pero es lo que tiene llegar tarde y que aún así te reciban, ya os lo dije.

Dentro de sus murallas, una tropa de bagpipers nos ha amenizado la jornada. Lo cierto es que, por muy folclórico que resultara, los tíos (y tías) tocaban bien, y el sonido de 20 gaitas al tiempo (junto a unos cuantos percusionistas), en un patio de armas, es atronador, como dinamita en un bidón de chapa (sí, de esos en los que los obreros hacen fuego en invierno, bueno, lo hacían cuando se construía). Realmente impresionan, y algunas piezas emocionaban también. Hombre, luego te entra un poco la sensación de japo en el Café de Chinitas cuando te dicen que son Australianos con ascendientes escoceses, y que tienen entradas para el Tattoo (especie de desfile militar que celebran todos los días de agosto en la Esplanade, frente al castillo). Pero ha merecido la pena.



Tras el castillo, pasear, pasear y pasear. Dado que la tranquilidad de las Highlands ya no la voy a recuperar en este viaje (cuesta aceptarlo, como habréis notado), y no se puede remar contra corriente todo el tiempo, únete el enemigo (o que al menos él lo crea). Y eso he hecho: me he puesto en modo urbano y he buscado, o mis pasos me han llevado por casualidad, no lo sé, a los sitios donde se concentraban los festivaleros. Y cuando te vás metiendo, es un ambiente que merece la pena ver, por lo menos, y si te metes en él mil veces mejor.

Al final, los festivales de Edimburgo en agosto consisten, principalmente, en llenar cada día de eventos como para que tuviera 72 horas cada jornada, porque si no, literalmente, es imposible ver ni la tercera parte de la cartelera, ni tan siquiera enterarse de la oferta al detalle. El Festival Internacional tiene aspecto de más formal, con artistas venidos de otros países, u otras ciudades de las Islas, o artistas locales, principalmente en la música, la danza y el teatro, pero no exclusivamente. El Fringe llena su agenda (más abultada aún que la del otro) con millones de espectáculos de artistas, consagrados o no, y lo más curioso son las ubicaciones de los espectáculos. Existe todo un catálogo de ellas, porque tienen tomada la ciudad, pero no sólo los teatros, salas de concierto, halls, etc, sino también iglesias, edificios públicos y, especialmente, que es lo más impresionante, la calle. Y existe un catálogo donde se refieren, numeradas, todas las ubicaciones: es en el venue 33, o en el 49...

Efectivemente, el Fringe es el amo y señor de las calles de Edimburgo durante el mes de agosto y parte de septiembre. A la vuelta de cada esquina te encuentras con espectáculos aparentemente callejeros. Y son callejeros porque la naturaleza del mismo es la de los que encontrarías en la calle, normalmente, así como su duración, el planteamiento de la escena, todo. Pero digo aparentemente, porque ¡una leche!. Si te fijas bien, verás, como en un rincón, un tío (o tía) con la sudadera de Personal de calle del Fringe con, entre otras cosas, un cronómetro en la mano y carteles que muestra discretamente al artista indicándole cuánto tiempo le queda, no para pasar a mejor vida, sino para dejar sitio al siguiente.

Porque esto es un escaparate brutal, en el que tiempo y espacio son oro: por eso las diferentes ubicaciones tienen un calculado programa, para que detrás de un número venga el siguiente, porque el público no es del artista, sino que se lo presta el Fringe Festival durante unos minutos, tal cual.

Y, entretando, a este lado de las bambalinas el ambiente es total: la gente embelesada con las actuaciones, implicada como no sabemos implicarnos en nuestra tierra, por un sentido del ridículo del que aquí carecen, y mareas humanas yendo de un sitio a otro, como si estuvieran en el Disneyworld del performance, pero con cierta calma, relajados, disfrutando.

Hay un sitio en toda la ciudad donde, además, ofrecen entradas para muchos shows al 50%, para representaciones de las siguientes 24 horas, una especie de lateseats como el laterooms.com que de tanta ayuda me fue en Glencoe. Y es que hay tanta, tanta oferta (más de 2.000 espectáculos en mes y pico, algunos empiezan a las 9:30 de la mañana), que cuando te pones a elegir, te desbordan. Un cartel (¿cómo no?) advierte de que los empleados de las taquillas no pueden manifestar preferencias por ningún show en particular, y es que te dan ganas de acercarte y decirle: dame cuarto y mitad de comedia, entre las 20:00 y las 23:00, cerca de mi hotel, sobre el tema que te dé la gana. Pero yo, lo que diga el cartel.

En realidad, antes de meterme en el maremágnum de la selección de espectáculo al por mayor, yo ya habia tomado mis medidas. Y debo agradecérselo (bueno, mañana os diré si lo que debo hacer es culparle) a Fernando, mi español de ayer, que, como ahora os diré, me formuló unas sugerencias que están demostrando ser muy acertadas.

La primera, en cuanto he podido seguido su consejo y he comprado una entrada para una obra llamada The man from Stratford, sobre Shakespeare (que, pensándolo, temo no enterarme ni del no-do, pero bueno). El actor, queridísimo aquí, es Simon Callow, el finado en el funeral de Cuatro bodas y un idem. Veremos.

También quería hacerle caso asistiendo a Fair Trade, obra de Emma Thompson, por cuya representación se pasa a veces la autora, pero coincide el horario con la otra, y aún no tengo el don de la ubicuidad (como decía un profesor mío). La decisión entre ambas, la verdad, pura logística: estaba más cerca. Muy prosaico.

La  otra recomendación que he seguido hasta ahora es la foto de la jornada, que dirían en un programa dominguero en plan carrusel deportivo televisado. Seguro que esto pasa en otras ciudades, pero yo no lo he visto. Hay muchos locales, al menos unos cuantos, en los que el parroquiano que guste de hacerlo puede lanzarse a mostrar sus habilidades musicales, contando previsiblemente con la mayor de las efusividades por parte del auditorio. No, si estáis pensando en un karaoke no lo habéis pillado. Son bares como cualquier otro (no dan exactamente la pinta de pubs ingleses), y los músicos son músicos, no revienta tímpanos en plan despedida de soltero.

Estos locales no están en los circuitos del turisteo, y haber dado con uno de ellos no es, como decía, mérito mío ni mucho menos, sino del nativo que en su momento llevó del brazo a Fernando, que a su vez me explicó a mí cómo llegar sin necesidad de brazo amigo alguno (gracias).

Entras a The Royal Oak, miras a derecha e izquierda para saber de dónde te pueden venir las banquetas volando, y te acercas a la barra, a pedir. Pinta al canto, y conversación si surge, que puede tardar un poco (pero llega, en Escocia, si no eres un perfecto borde, y yo lo soy pero aquí me estoy quitando, siempre llega). Sólo que antes de haber tenido tiempo de decir esta boca es mía, una chica levanta la tapa del piano que hasta entonces pasaba desapercibido en un rincón, y empieza a sacar notas de aquello: oye, suena bien...

Como la dinámica de estos lugares es que se anime el que quiera, cuando éste aparece no puede esperar que todo el mundo interrumpa sus respectivas conversaciones, sólo faltaba. Ella toca como si estuviera sola en la sala, y el resto conversa como si ella no estuviera. Es un trato justo. Pero estaba, y el auditorio y ella sintonizan exactamente la misma frecuencia cuando termina la canción, porque ahí sí, las conversaciones entran en pause y toda la atención es para reconocer a la artista con una amplia gama de gestos, desde suaves toques sobre la mesa hasta gritos, pasando por aplausos más o menos intensos, en función del grado de aceptación.

El bis lo pone ella misma al piano, con la voz de la amiga. Y al principio, la verdad, eligen unas melodías un poco pastelillas, pero de pronto le meten mano a Back to black (Amy Winehouse), que, aparte de encantarme, la bordan, con una interpretación un poquito más lenta que la original, pero la bordan, y pegaba mucho más al contexto que las dos americanadas que nos habían cascado antes. Y ahí me he dicho: Joder, qué suerte tienes, chaval.

Una pinta a las seis de la tarde con el estómago haciendo eco no era lo más recomendable, pero ya estaba hecho. Ahora, una segunda era pasarse sin antes cimentar, y a ello fui. Como sitios para comer en la calle no faltan y el tiempo hoy ha sido, simplemente, espectacular, la elección estaba hecha. Y en plena digestión me he dicho: ¿qué se cocerá ahora en The Royal Oak (así se llama el lugar)? Sólo hay una forma de saberlo...

Y para allá que he enfilado. One pint, lager please. Esto está chupado. La cojo y me voy a un asiento junto a unos que ya estaban antes, en mi primera visita. Entablar aquí conversación ocurre casi sin enterarte, y yo en un rato lo he hecho dos veces. Primero con un seño mayor, que había trabajado el tío por aeropuertos de lugares inverosímiles en el norte de África, haciendo no sé qué. Encantador. Caray, las felicitaciones que recibo porque la roja haya ganado el Mundial de Sudáfrica. Es un primor ¿Qué le dirán a alguien que realmente haya tenido algo que ver?

La segunda conversación, con Bruce. Que tío. Aparte de llevar encima tanta cebada fermentada como los campos escoceses aún la tienen sin fermentar, sus historias daban mucho juego. Todo ha empezado porque me lo he encontrado en la calle cuando he salido a fumar, y le he ofrecido. "Venga". Y de ahí para adelante. Se partía por verme todo el tiempo con la mochila (cámara de fotos, etc, no puedo ir sin ella, chicos). Pero cuando le he dicho que había llegado anoche a la ciudad... "Eso no puede ser. Déjame invitarte a una cerveza". Y así nos ha ido. Por cierto, que cuando hemos vuelto dentro me habían quitado el sitio frente al sujeto de los aeropuertos del Magreb, y luego me lo ha echado en cara el tío (en plan bien, luego nos hemos despedido efusimante al irme de verdad).

El caso es que Bruce ha estado en España, sí, sí. Le llamaron de la familia de un amigo vinculado a Galicia para que tocara la Bagpipe en su funeral en El Escorial. Surrealista. Y allí que fue. Esto debió de ser hace 15 años, y entonces él hacía meditación. Pues ocurrió que fueron a visitar la catedral de Toledo, y ni corto ni perezoso se plantó en plena nave central, se sentó en el suelo, en modo flor de loto y con banda sonora de Oooommmmmmmm. Me cuesta creer lo que viene ahora, pero así lo cuenta: de pronto se encontró con un Guardia Civil encañonándole en la cabeza, que, afortunadamente cedió a las presiones de sus anfitriones españoles. No sé si será verdad o no, pero contado en un bar de Edimburgo con unas cuantas pintas, eso es lo de menos.

Es majete este Bruce, pero tiene la herida del pasado abierta, como muchos de sus compatriotas. Si lees la historia con un poco de cuidado, te darás cuenta de que, efectivamente, Escocia ganó su independencia en el siglo XIV, tras la gran victoria de la batalla de Bannockburn (aunque no inmediatamente). ¿Por qué ahora forman parte del Reino Unido? Porque entre guerras civiles y una desastrosa inversión fallida en Panamá, que arruinó al país, las clases política y económica dominantes llegaron a la conclusión de que necesitaban tener acceso a las colonias inglesas para mantener un buen desarrollo económico y estabilidad, y en el siglo XVIII la Ley de Unión volvió a unir ambas naciones. Sin invasiones, ocupaciones, derramamiento de sangre, sometidos... Es decir, fue voluntario; al menos, la voluntad de los gobernantes escoceses. Si el pueblo no estaba de acuerdo, ¿no deberían haberles pedido cuentas a ellos?

Al final, efusiva despedida colmada de parabienes; el Asturias, patria querida me lo he ahorrado, porque no estaba el horno para bollos, y en el local había músicos de verdad.

 Eso sí, en los baños (de otro pub) esta joya, que aúna el servicio al cliente más esmerado, con la tradición escocesa más pura. Lo mejor es que abajo del todo, sobre fondo blanco, dice: "WARNING. Do NOT drive whilst using this product". Cheers.


P.D.: ¡Feliz cumpleaños, viejo!

miércoles, 25 de agosto de 2010

Cambiando el chip

Correspondiente al martes 24 de agosto de 2010
Braemar - Perth - Edimburgo (Leith, Roslin)

Como decía el ilustre Paco Martínez Soria, La ciuadad no es para mí. Ya estoy en Edimburgo, y echo de menos el campo: los pajarillos, la paz, los B&B cinco estrellas y la cercanía de los lugareños.

A ver, tampoco hay que exagerar, pero es cierto que se nota muchísima diferencia. Y es que, como he marchado todo el camino en plan De oca a oca..., no me he dado cuenta realmente de hasta dónde me he ido, más que en distancia, en términos de mentalidad. Claro, desde Edimburgo ven Inverness como el pueblo perdido, y a Durness ni lo ven: la mayóría ni se plantea ir para allá. De mirar hacia algún sitio, me parece que miran a Londres o a alguna ciudad europea.

Me alojo en la Universidad de Edimburgo, muy propio, aunque muy caro para tratarse de un edificio de los años 50, con mobiliario de los años 70, e instalaciones de los años 30. Aunque estaban hasta la bandera en cuanto a reservas (se supone), y se ve gente por el campus, en el edificio en el que me alojo no se oye ni se ve a nadie. Son largos pasillos, divididos por puertas anticincendios, muy pobremente iluminados, y de una frialdad considerable. Me da lo mismo, porque lo voy a usar lo mínimo imprescindible, pero ya sé que si quiero el calor del pueblo escocés: vámonos p'al norte.

Hoy he amanecido en Braemar con la misma lluvia de anoche (parece que dieron al pause al acostarme para que no me perdiera ni una gotita cayendo), que me ha acompañado un buen rato. Pero ya antes de llegar a Edimburgo ha concedido una tregua que, parece, va a mantener los días que esté aquí, es decir, buenas noticias.

A la Universidad no he llegado hasta las 6pm, porque antes he hecho dos paradas; de esa forma, el resto del tiempo que esté aquí puedo dejar el coche aparcado, en todos los sentidos.

La primera, en el Royal Yacht Britannia, una maravilla de embarcación que sirvió de equivalente a Air Force One americano pero para Elizabeth II, y en el mar. Yo, que tampoco me pirro por coleccionar dedales con la efigie de su majestad, tenía interés en el barco, más por su condición de tal que por haber estado al servicio de la familia real. Si habéis tenido ocasión de visitar algún otro barco o antigua instalación militar británica (como el mueso de Hendon), habréis podido ver lo increíblemente bien que las conservan, y cómo recrean las escenas de su uso habitual en el pasado. Y a mí, lo de ver el camarote del Capitán (en este caso, Almirante) con sus cartas de navegación, las literas de la tripulación con las revistas de chicas años 50, la enfermería, el puente de mando, y por supuesto el club de oficiales, me gusta, qué se le va a hacer.

Como siempre ocurre en estos lugares, entre cuyos "moradores" se formaron fuertes vínculos y había un intenso sentimiento de pertenencia (entre otras muchas cosas, por las horas pasadas juntos), entre la oficialidad del Britannia había sus tradiciones, con el típico humor de las islas, que como ya habréis notado, me gusta. Una de ellas era la siguiente: los oficiales de mayor rango disponían de una sala de estar (y un comedor) sólo para su uso (y en muy contadas ocasiones, podía ser invitado algún miembro de la familia real que se encontrara a bordo). En dicha sala bebían, conversaban y jugaban a las cartas, o a otras cosas. Dentro de las otras cosas, estaba un entretenimiento consistente en batear a un pobre oso de peluche de un extremo a otro de la habitación (creo que ya eran todos mayores de edad, pero bueno), de tal modo que al término del jueguecito el pobre bicho solía quedar bastante malerido, por lo que le llevaban al médico de abordo para que, con material quirúrgico, le aplicara los necesarios remiendos. Consecuencia de uno de estos lances, el lugar que antes ocupaba el ojo derecho del animal ahora lo ocupa un hermoso trozo de tartan (tejido de los kilt). En la fotografía siguiente, el bichejo posa desde el ventilador del techo, que debió de ser donde acabó refugiándose...


Otro divertimento: a la princesa Anna (creo), le habían regalado en una escala en no sé qué remoto lugar un mono de madera. Dicho mono estaba siembre en el club de oficiales, pero éstos tenían terminantemente prohibido tocarlo, ya que era de un miembro de la familia real. Curiosamente, el jodío mono aparecía cada vez escondido en un lugar más imposible (sobre todo, cuando ninguno de los autorizados a entrar en la sala, lo estaba a poner sus manos en él, ¿no?). Este es el tipo de cosas que entretienen a unos tíos que podían pasar meses seguidos embarcados, con bastante tensión, parece ser (y fomenta la unidad del grupo).

En definitiva, la ambientación del barco es muy buena, no escatiman en enseñártelo todo, y llevas contigo una audioguía (¡disponible en castellano, bien!) muy completa. El barco está en un estado excelente, y tiene unas impresionantes cubiertas de teca.


La segunda paradita por el camino: Rosslyn Chapel, unos kilómetros al sur de la ciudad. Si bien su popularidad se ha disparado desde su aparición en la novela El Código da Vinci (y sobre todo tras su adaptación al cine), lo cierto es que el lugar merece su crédito. Es una pequeña capilla (en realidad iba a ser una gran catedral, pero sólo se construyo del crucero al presbiterio), de piedra, con muchísima decoración carga de historias y leyendas. La iglesia perteneció a los templarios (como indica la novela) y se dice que podría tener bajo sus pies el Santo Grial, fragmentos de la cruz de Cristo o incluso su cuerpo, y por qué no, el toro que mató a Manolete, el arma del segundo asesino de JFKennedy y la mochila de Pocholo. Vamos, que es consciente de que la relevancia del lugar puede estar un poco mitificada.

Pero con tesoros o sin ellos, ciertas historias sobre la capilla ya valen la pena. Como la del maestro cantero al que enviaron al Vaticano para admirar sus pilares y construir uno para la capilla siguiendo aquellas técnicas, que se incorporaría al resto, de características más sencillas. El hombre estuvo allí siete años, por lo que ya creían que no volvía. Un aprendiz dijo haber tenido un sueño en el que había recibido el encargo de levantar un pilar con un diseño determinado, fue autorizado a hacerlo y lo completó.

Pero el maestro volvió con su propio pilar hecho, sintió celos del discípulo y lo asesinó de un golpe en la cabeza. Los otros artesanos de la capilla le ajustaron las cuentas, y además, aunque los pilares de ambos (maestro y aprendiz) fueron situados en el templo, en venganza cubrieron con yeso los ronamentos del pilar del maestro, para que pareciera vulgar. En lo alto de la capilla, fueron esculpuidos tres rostros: el del maestro, el del discípulo, y el de la madre de éste, llorando al difunto. El rostro del maestro mira de frente, para siempre, al pilar hecho por el aprendiz... (bueno, in situ impactaba más).

La capilla está en plena restauración, porque fue ignorada durante años, y ahora han están consiguiendo muchos fondos, por lo que creo que merecerá la pena volver a verla dentro de unos años.

En la Universidad he conocido a Fernando, un santanderino que termina mañana su estancia de un mes realizando investigación. Me ha dicho un montón de sitios a los que ir a oír música en directo, a tener buenas vistas, a comer... En fin, lo que hace falta saber. Veremos.

martes, 24 de agosto de 2010

Singing in the rain

Correspondiente al lunes 23 de agosto de 2010
Inverness - Grantown on Spey - Knockando - Cardhu - Dufftown - Craigievar Castle - Ballater - Braemal

Efectivamente, estoy en Braemal, a diez minutos del Castillo de Balmoral, resdencia de verano de la Familia Real Británica. Un pueblo en medio de las montañas, en la que probablemente es la zona más fría del Mainland británico (en invierno alcanzan más allá de -20ºC), debido a que a este valle no llega aire templado del mar, al parecer. Pero, eso sí, ya estoy lejos de las Highlands en su versión más pura, y en realidad camino de Edimburgo, a la que espero llegar mañana.

Hoy el tiempo ha sido, simplemente, nefasto. Y el recorrido, tirando a gris (y no me regiero al tiempo, en este momento).

El paisaje ha cambiado, es cierto. Ahora hay bosques casi por todas partes, junto a campos de cebada que alimentan las infinitas detilerías de whysky que hay por la zona. Sin ir más lejos, hoy, como quien no quiere la cosa, he pasado por la puerta de las de Cardhu-Jhonny Walker (en el pueblo de Cardhu), The Macallan, Deward's y otras tantas, además de visitar las de Glenfiddich. Éstos últimos sí que saben hacer las cosas: además de recibir gente permanentemente (y no con horarios restrictivos, como los de Macallan, a la que he intentado visitar en primer término por una coña familiar, pero me he ido con viento fresco porque tenía que esperar casi 2 horitas de nada, a más ver...) y no cobrar la visita, la tienen muy bien organizada, y lo terminan de rematar cuando te hacen una degustación de sus bebés de 12, 15 y 18 años. Todo esto sin haber soltado un penique ni dado un sólo dato. Con lo cual, tóquisqui pasa por la tienda encantado de la vida dispuesto a devolver la cortesía. Eso es visión comercial, sí señor.

Yo, la verdad, que hace tiempo di plantón al whisky por el ron, converso tardío que soy, pero constante, si hubiera sido la destilería de Brugal Siglo de Oro, me llevo completa la producción del año que viene, rezo un Brugal Nuestro y me tatúo una caña de azucar en el cachete. Pero tratándose de whisky, me ha encantado ampliar mis conocimientos, que era la finalidad (yo tenía intención de pagar mi entradita religiosamente), pero del ciervo, con ese pedazo cornamenta que me trae, no me llevo nada, que de lo que se bebe se cría.

Bajo la lluvia, cómo no, marcho hacia Craigievar Castle con el tiempo, justo no, constreñido. Además, por unas carreteras que tienen tela: con la lluvia, se van formando balsas de agua a ambos lados, como largos lagos que discurren tomando parte de la calzada y todo el arcén, cuando existe. Estos lagos, como todos, presentan forma irregular, de tal modo que cuando les place se plantan en medio de la carretera, y la cruzan, de hecho. Su profundidad es variable, claro. Resumiendo, que más que transitar carreteras, las he vadeado. Lo cierto es que era realmente peligroso, porque cuando metes una rueda en semejantes charcos se frena como si la hundieras en una duna de arena, y desestabiliza el coche por completo, además del espectáculo que montas en plan splash, más propio del Discovery que de mi roadster. Para la próxima, ya puede andar con cuidado uno que yo me sé, o se encuentra el garaje vacío.

Por cierto, que hoy casi tengo un percance gordo desde el punto de vista mecánico: vamos, que casi me dejo un neumático, una llanta y la dirección en un bordillo. La culpa, no miréis a otro sitio, de un servidor. El otro día en las Highlands, con tanto viento, ya venía yo pensando que la dirección de mi coche tenía una avería gorda: va recta. Y aquí los locales deben tener la suya trucada, para que yendo torcida compense los bandazos que el viento provoca, porque a uno no le quedan manos para sujetar el volante cuando tiene que ir: comprobando el mapa, leyendo la explicación de la guía, sacando fotos, cambiando el 18-55mm por el 70-300mm y viceversa, cambiando el CD, bebiendo agua, comiendo un sandwich de jamón con mostaza y unas lays de vinagre, y alguna cosilla más (mira, para esto si va bien un copiloto). El caso es que acabé llegando a la conclusión de que mi concepto es equivocado, y que al volante, precaución, amigo conductor, que la senda es peligrosa.

Pero esta mañana he tenido un pequeño lapsus de memoria, y estaba en modo politarea cuando, nada más salir de una rotonda y en la curva de acceso a Grantown on Spey, me he pegado de bruces contra un bordillo. ¡Eso sí que es un escalofrío! He pensado: "Chaval, estás nominado". Al pit lane, que hay que evaluar daños: 20 cms de trabajito fino de afilador en la llanta, pero nada más. La goma, como de fábrica. Pues circulemos a ver cómo va la dirección...

Al principio, vibración como la Step-power-leches de la teletienda, pero luego he visto que era el firme de ese tramo, que era como una botella de Anís del Mono. Ufffff.

El caso es que (y ahora sí que me he desviado) he tirado hacia el ansiado castillo, pero como soy torpe, torpe, torpe, me he plantado en otro. Es lo que pasa por confundir, al trasladar del mapa a la realidad, primera a la derecha con segunda a la derecha. Yo, que esperaba un castillo de coña, según la guía "de lo que mejor se conserva en Escocia", pago la entrada como un señor y pienso: "Para estar lloviendo como cae, qué raro que el parking esté vacío y no aproveche más gente para venir a un castillo como este, tan famoso, y que, como es un sitio cerrado, te da igual que llueva".

Y un huevo. Paso la verja, asciendo una cuesta entre dos tupidos setos, y giro a la izquierda cuando llego arriba. Y veo al fondo un espectacular castillo... ¡en ruinas! He sentido lo mismo que debió de sentir Kevin Costner (cómo ha pasado de moda el hombre) cuando en Robin Hood, Príncipe de los ladrones, vuelve de las cruzadas con Morgan Freeman y se encuentra su Castillo de Lockslye convertido en el horno de un asador segoviano. Me ha dolido como si fuera mi casa, que se había quemado. ¿He pagado 3,5 pounds para, primero, cagarla y no llegar al otro castillo a tiempo; segundo, no poder aprovechar este porque está lloviendo a mares, y; tercero, joder la cámara de fotos? Pleno, chaval.

Ya puestos, he dado una vuelta por el pedrero aquel, y al salir he comprobado el error con la guía. Efectivamente, tonto del culo, pero es que con estas prisas...

Total, que ahora viene el momento del día. Me marcho de allí con idea de enfilar hacia el sur, y Dios proveerá. Pero casualmente, toca pasar por el castillo correcto. Y según me voy acercando, yo, que soy de mal conformar, le voy dando vueltas a una idea, sin confesármelo a mí mismo, y dejando caer al mismo tiempo un poco más el peso de mi pie sobre el acelerador, como sin intención. Hasta que digo: a por ellos, que son pocos y cobardes.

El objetivo cerraba a las 17:30, sin admisiones después de las 16:45. A las 16:50 estoy entrando por el camino de acceso al parking, jarreando, por supuesto. Las mujeres y los niños primero, sólo artículos de primerísima necesidad. Vaya, que ni cámara de fotos ni leches: cazadora de lluvia y pies en polvorosa por el jardincito (que ya podían poner el aparcamiento en el mismo continente que el castillo) hasta la puerta, a la vuelta del mismo, de la que pendía un cartel: Closed.

¡Qué siempre tenga que ser así! Toc, toc. - ¿Quién es? - El lobo, ¿no te jode? Quería ver el castillo. - El castillo está cerrado, señor. - ¿No existiría ninguna posibilidad de visitarlo? Es que vengo desde Inverness, y por el camino he confundido la ruta, mire he comprado el ticket y todo del otro... - Please, come in.

Y una vez más, llega un escocés y te desarma con su amabilidad. No olvidemos, que este buen señor está retrasando su hora de salida hoy porque uno de los millones de turistas que llegan pueda entrar fuera del horario de visita, en el país de la puntualidad (es decir, él jamás hubiera llegado tarde).

¡Qué castillo, y qué visita! Este buen señor ha dicho a una chiquita que me vendiera la entrada y juntos hemos ido hasta la primera estancia del Tour, donde había otra guía con una pareja. Y cómo ha sido él quien que me ha admitido, le ha dicho a la otra que se fuera, que se encargaba él de los tres. Y ha repetido la explicación de esa sala para mi (mis disculpas a los tros dos). Luego, hemos seguido todos.

Y diréis, ¿qué pinta en otro castillo? Había leído que este merecía la pena, y vaya si lo hacía. No voy a repetiros la visita (porque, además, la haría fatal, y os quedariais sopa), pero la situación merece la pena imaginarla. El guía era de esas personas que hablan con infinita calma, siempre, por supuesto metiendo sus dosis de humor irónico (luego ha contado que no es escocés, en realidad, sino inglés), pero impertérrito, con el más correcto de los tonos. Era de esas complexiones que parece que no terminan de llenar la americana, como el espantapájaros del Mago de Oz, porque los bolsillos de la chaqueta, que debían contener algo de peso, colgaban de los hombros, como de una percha, en el vacío. Parecía alguien de un nivel cultural muy alto, y unas maneras implecables, con un trabajo sencillo; pero se notaba que tenía una altísima educación. En cierto modo, contribuia mucho a crear la atmósfera de viaje al pasado.

Pero el viaje al pasado se produce de verdad por el castillo. A diferencia del Cawdor Castle (junto a Inverness), este no contiene ningún elemento anacrónico. Por no tener, no tiene luz eléctrica ni calefacción. Toda la visita, por la tarde de un día nublado, os recuerdo, ha contado con la exclusiva iluminación de la lintarna que el guía portaba, que ofrecía un haz de luz muy puntual, y que él utilizaba para enfocar el elemento de la decoración o la estructura al que se estaba refiriendo en cada momento. El resto de la habitación, en penunbra, con la luz que entraba por alguna de las ventanas (de tamaños reducidos, y abiertas en unos muros realmente gruesos). Y las voces de los cuatro amoriguadas por las pesadas cortinas y alfombras, y la sólida madera del mobiliaro. Eso sí, no había millones de objetos recargando las salas. Para ser un castillo, había un cierto toque de austeridad, podríamos decir.

Y a todo esto, el hombre hablando de uno, y de otro, en ese tono como para No despertar a los perros que duermen, como reza el lema de uno de los que fueron señores de ese castillo. Muy evocador; la recreación era fina, fina. Y un mobiliario impresionante, una conservación excepcional, y nada de fotos ni Vogues en las mesas. Un sitio muy, muy recomendable, aunque la mayoría de la gente no disfrutará, como he hecho, de encontrase con ese regalo sabiendo que ha llegado tarde y no tenian por qué darle un pase casi privado, pero no se puede tener todo. Yo, al dirigirme al parking, he repetido los saltos de ayer, esta vez sí, bajo la lluvia. Y mañana, a Edimburgo.

lunes, 23 de agosto de 2010

Algo se muere en el alma...

Correspondiente al domingo 22 de agosto de 2010
Keoldale (Durness) - Scourie - Unapool - Point of Stoer - Ledmore - Ullapool - Torridon - Inverness

Algo se muere en el alma cuando se deja el norte de las Highlands, palabra de honor.

Estoy en Inverness (otra vez), resultado de un cúmulo de circunstancias. Principalmente, ser un cagaprisas y tener ganas de más. Y estoy un poco triste, en serio. Echo de menos el paisaje y la tranquilidad de ese norte extremo y único, y me sobra tanta gente, tantas casas y tanto coche (ajeno) ¿Es grave, doctor?

En realidad, Inverness es una balsa de aceite, os lo puedo asegurar, pero, ¡ay, el norte!

A la terea: esta mañana he amanecido enfrente de mi laguito. Por cierto, qué majos los del B&B de anoche. Les pregunté si tenían wi-fi, y llamaron al trabajo de la mujer para pedirle las claves, como no las sabía de memoria encendieron el ordenador, etc. Tanta molestia por 30 pounds. Son muy buena gente. Esta mañana me he dado cuenta de que para tener habitaciones para alquilar, los niños duermen en una buhardilla a la que se accede por una trampilla en el techo del dormitorio de los padres. No veáis que sensación levantarme al baño durante la noche (único de la casa) y oir a los padres hablando en su cuarto con la puerta entornada. Eso sí es una regresión.

El caso es que esta mañana mi preocupación era dar de beber a mi auto, que andaba sequito, el pobre. Objetivo: el autoservicio en Scourie, a 30 millas. Tenía en mente ir a la cueva de Smoo, en Durness, pero tenía que esperar a las 10, y yo lo que que quería era saber a qué atenerme con lo de la gasolina. Así que, por eso lo de cagaprisas, a por ello.

Llego a Scourie, y ahí veo el surtidor: siento un alivio liberador. Estaciono, me apeo y voy a la maquinita (efectivamente, allí ni gasolinero ni nadie, que es domingo). Atención al escalofrío que me recorre el cuerpo: en el panel donde hay que insertar la tarjeta de crédito aparece el dibujo y la posición de entrada de una tarjeta ¡con chip!

Yo ya había tenido una mala experiencia en este campo de los medios de pago, aquí en las islas: día 1, una de las muchas paradas entre Plymouth y Dumfries (de hecho, de las primeras, porque era para comer). Como quiero hacer todo ese día en plan eficiente, área de servicio, ¿qué hay rápido? Pues al Burger King. ¿Que hay un mostrador para encargártelo tú mismo y pagar con tarjeta? De cabeza, que hay prisa.

"Tarjeta no leída" multiplicado por 3. Al final, a la cola como todos, donde me explican que requiere tarjeta con chip (evidentemente, al menda le ha ido a faltar justo eso en el equipaje, vaya por Dios).

Y yo hoy, en la gasolinera, visualizando mentalmente el "tarjeta mal leída" aunque mi profesor de Tai-Chi me dice que visualice verdes prados. Efectivamente, "Tarjeta mal leída". Ay, Señor. Pruebo de nuevo y... Importe máximo, 75 pounds. ¡¡¡Gracias!!! Si hubiera habido alguien por la calle (una carretera que cruza el pueblo, es decir, pasa entre las 4 casas existentes en el medio de la nada), hubieran visto a un tarado dando botes (tal cual) en plan Cantando bajo la lluvia, y seguramente llamado a la policía. Pero nadie me vió, reposté (70 pounds por un depósito, ¡dónde vamos a llegar!) y carretera.

El caso es que, una vez renunciado a la cueva de Smoo y al cabo Wrath (para llegar al cual salía un ferry desde la puerta de mi B&B, hay que fastidiarse), que, por cierto, es otro campo de tiro del ejército (en Wick había uno junto a las ruinas del castillo, por lo que el acceso a las ruinas tenía este cartel tan tranquilizador, que ahora entiendo por qué el Castillo estaba en ruinas, claro).


Aprovecho la ocasión del cartel para colar este otro, porque en este país dan un juego...:


Hoy he leído otro en una tienda que decía: "Deja de protestar por el mal tiempo. 9 de cada 10 personas no sabrían empezar una conversación si no cambiara de vez en cuando". Y en el puerto de Scrabster había un barco llamado Just so, que, si no lo interpreto mal, es como como decir Sólo eso. Me imagino al tío del registro de cada puerto al que llegue: "¿Nombre del barco?", y cada vez la misma estúpida conversación. ¡Me mola el humor británico!

Bueno, el caso es que después de renunciar a ambas cosas, tenía que pensar en el próximo destino, y ganó el Old Man of Stoer, que básicamente es una formación rocosa en la costa que, resultado de la erosión, ha quedado como un pobre hombre en pie esperando que pase el autobús. Siento si no resulto muy eufórico al respecto, pero que sepáis que otro título para la entrada de hoy era "Enfangado", y ahora entenderéis por qué. No obstante, el tal Old Man es este buen hombre (os sonará, aunque probablemente más un primo suyo que está en la Isla de Hoy, en las Orcadas):


La cuestión era llegar a él. En el proceso, hoy he entendido dos cosas sobre las ovejas y los corderitos de estos lugares. Lo primero, por qué el cartel de ayer sobre las ovejas entrando en pánico y arrojándose por el acantilado:


La muy temeraría tenía bajo sus pezuñas una plomada de 40 metros. Tú dile ¡sorpresa!, y verás si se despeña.

También he entendido por qué corderitos y ovejas prefieren el asfalto: la hierba, en todas las Highlands, lo que hace es camuflar una puñetera piscina olímpica, que tiene debajo. Esto lo vas intuyendo, pero crees que lo tienes controlado cuanto vas evitando caer en ellas. Hoy he sido consciente de tenerlo muy descontrolado. Desde el aparcamiento, he tenido una caminata de hora y cuarto entre lodo oculto bajo una preciosa alfombra verde (más otro tanto de vuelta). Os juro que he llegado a meter hasta la rodilla. Recordadme pedir hora con el otorrino para sacarme el barro del oído, por favor.

Y la verdad es que ha sido la primera vez que me he quedado un poco con la sensación de "¿esto es todo?". Sé que suena poco entusiasta, sobre todo considerando el nivel al que os tengo acostumbrados, pero no sé, se veía al Old Man un poco poquita cosa. Igual era porque lo veía desde muy alto. A ver, la caminata en realidad ha sido divertida. Una vez que das las botas y los pantalones por caídos en combate, ya hasta disfrutas, chapoteando como un chaval (eso sí, despegar el pie del barro agota, ¿eh?). Lo bueno de la operación ha sido la parte deportiva, realmente, y alguna foto, pero poca cosa, no creáis (la oveja no se ha tirado, al menos en mi turno).

A la vuelta, lo primero que hace uno es irse al coche a poner en cuarentena la vestimenta, tirar de ropa y calzado de refresco, y a zampar, que para eso está la caseta en el aparcamiento. Y ahí me he echado mi horita y pico, que dada la carencia de clientela, me he tomado la baguette de salmón local con café (para entrar en calor, una combinación que uno jamás haría en casa) hablando con la mujer de lo divino y de lo humano (bueno, más humano realmente, porque no creo que sus vacaciones de hace tres años, en el mes de octubre, a Mallaig en pleno temporal, fueran divinas, al menos no tal como ella pone a su marido de vuelta y media por ir en caravana, y con dos perros).

Y luego, más carretera. Quería ver unas cascadas con un puente colgante que alucinas... pero estaba cerrado esta semana, qué mala suerte. Qué bien si lo hubiera sabido antes de desviarme 20 millas para llegar y pasar media hora buscando el lugar entre la niebla, como los famosos gorilas.

Y luego pitando a Torridon, que es un pueblo junto a un lago marino (¿cómo no?), acosado por la espalda por una montaña (del mismo nombre) de más de mil metros. La zona hoy estaba cubierta por nubes en las cumbres (que no se dejaban ver), pero entraba el sol por debajo, o sea que era una estampa bonita.



Hay momentos en que parecen volcanes, más que montañas:


Y media vuelta, para llegar a Inverness, donde de nuevo se ha demostrado mi extrema suerte. Como soy un champi, me he dicho: voy a pasar a ver mi B&B de la otra vez en la ciudad, que me gustó, y seguro que algo tiene. Me hago la distancia en tiempo record (respetando los límites, eso sí), y me planto en la puerta: No vacancies. Esto me suena. Pero la historia es más corta que ayer, porque dos casas (2) más allá, el cartel que me gusta. Llamo: 45 pounds, porque la habitación es doble, hijo. A las 8:30 p.m. se sella el acuerdo.

Y el sujeto me acompaña al aparcamiento, ve mi coche y empiza: "¡Si yo tuve uno casi igual!". Le caían unos lagrimones por las mejillas... Total, que le he caído bien y me ha largado la clave del wi-fi, y que para lo que necesite, aquí un amigo. Y le he hecho la seña de los friquis de Star-trek (eso es broma, pero hubiera quedado que no veas).

domingo, 22 de agosto de 2010

Un tío con suerte

Correspondiente al sábado 21 de agosto de 2010, segunda mitad
Bettyhill - Tongue - Hope - Durness - Keoldale

Para empezar, hoy os encontráis con dos entradas, porque sí. Algún día puede que no haya ninguna. La verdad es que el motivo de fondo ha sido que el sitio donde he comido era perfecto para escribir un rato tranquilo, y así dejaba el tiempo mejorar un poco, como finalmente ha ocurrido.

Las novedades de la tarde consisten fundamentalmente en lo siguiente: más carretera y paisaje, pero ojo, diferente del anterior, y las cuestiones logísticas de rigor, incluida la cena, dignas de ser relatadas.

En primer lugar, el recorrido ha sido más impresionante que ninguno hasta ahora. Hay un momento en que la carretera llega al nivel de la orilla del lago Eriboll (que en realidad se forma con agua de mar) en que el escenario es sobrecogedor, hasta tal punto impresiona. El color del agua, su extensión, la dureza de las montañas de detrás, se junta con la luz, que era la propia de un día en que, tras llover, el sol consigue colar entre las cerradas nubes algunos rayos de sol, que se ven como fuego entre la oscuridad más absoluta del resto, que perece que está anocheciendo, cuando no es cierto.

Sobre esta ruta, no voy a decir más. Sólo voy a poneros unas cuantas fotos, porque tengo material que habla por sí sólo. Aquí van en estricto orden cronológico:










Pero, oh amigo, que llego a Durness, hacia las 19:35. ¿Qué hago? ¿Sigo o busco un catre bajo techado? La primera en la frente: contaba con la gasolinera, y veo que ha cerrado a las 18:00. La jodimos. Mañana es domingo, o sea, que según el cartel de la puerta abre, ¿a qué hora? La jodimos más: los domingos no abre. Pues teniendo en cuenta que no recuerdo haber pasado ningún surtidor en las últimas horas, que tengo combustible para 80 millas (he cambiado la información de autonomía del coche a millas, para evitar errores, je, je), y que no tengo idea de dónde está la siguiente (y la próxima localidad de mi ruta comparable a Durness según la guía, y joder con Durness, es Ullapool, para la que quedan unas 100 millas), preguntaré: si me dicen que hay suministro a una distancia razonable, tiro mañana; que no, atrapado hasta el lunes. Es lo que mola de estos viajes…

Segunda pifia: los B&B que he venido mirando en los últimos kilómetros tenían al cartel de No Vacancies. Eso es malo. Los de la localidad, idem. Eso es peor. Veo un hotelazo, por la pinta, no por el tamaño, llamado Mackay’s. Fachada de piedra, ventanales de madera… Una pinta de morir. Entro a una recepción pequeña, una mezcla de diseño moderno y rústico, con muchísimo gusto, y un olor a Lirios que te hace creer que acabas de venir al mundo. Esa sensación se pasa cuando te dice la chica de recepción, encantadora es decir poco, que ni hay vacancies, ni se las espera. Pero ni corta ni perezosa, ¿qué me ofrece? La casa de su madre. Bueno, la cosa no era tan apetecible como parecía (su madre opera un B&B), pero podía valer. Llamada por teléfono a Mum y… agua: No vacancies. Siguiente cartucho: sigue esta calle para arriba y donde el viento da la vuelta, ahí hay un B&B majete que puede tener sitio. Si no, ellos te dirán; y si no te dicen, vuelve y te digo yo.

O sea, que corto de gasolina y además mareando la perdiz. Las buenas noticias son que la chica me dice que a unas 30 millas hay un pueblo con gasolinera autoservicio, es decir, credit card 24hh, que en estos momentos es mi sueño. Además, es una distancia razonable, por lo que si llego allí y me encuentro con un palmo de narices, tengo combustible suficiente para volver y cagarme en su padre; pero eso, en todo caso, lo dejamos para mañana, una vez resuelto (o no) el alojamiento de esta noche.

Para entonces yo ya había echado el ojo al camping del lugar, que aunque reducido, no parecía completo, y el sitio era la pera. Como, literalmente, dice la guía: “Ofrece la posibilidad de plantar la tienda al borde mismo del precipicio y dejar que cuelguen los pies sobre el vacío mientras se admiran magníficas vistas de las revueltas aguas del Atlántico”. Hombre, aunque es peligroso si eres de los que se dan la vuelta durmiendo (haciendo la croqueta puedes acabar despeñado), el lugar es muy bonito, y en cierto modo me apetecía lo de ser el campista de Vamos Bubu, que han llegado unos campistas, que decía el oso Yogi.

Aunque, la verdad, me puede el orgullo, y lo de tirar la toalla a esas alturas, como que no. Total, que ahí me he ido a la búsqueda del B&B, con el nombre apuntado en un papelito, y unas indicaciones sobre el cartel de la carretera, su color y su ubicación. Una leche: me he salido del pueblo como para un destierro, y nada.

Pero mira tú, que veo a lo lejos, más allá del destierro, un cartel al lado contrario del que me había dicho la Miss. Pues vamos allá. Y tomo una carretera por el enésimo y cada vez mayor lago (en realidad, es mar) hasta un grupo de tres solitarias casas. La primera, cuando me acerco, veo que es como un viejo almacén. Y giro a la derecha para ir hacia las otras dos. La segunda, una casa estupenda pero sin cartel de B&B. Ooops, sólo queda una. Y a la tercera no le veo tampoco el cartel, ¡mierda!


¡Pero sí! Lo tenía, pero un poco inaccesible: Vacancy. Joder, macho, ¡qué potra tienes! Me bajo del coche y se me acerca una niña regordeta de unos 12 años. 40 pounds. Bueno, la casa tiene una pinta cutrilla, pero no está el horno para bollos. Ok.

Ritual de llave, habitación, etc. y me largo a cenar, con el run run de que no me da muy buena espina el ambiente de la casa, no sé por qué. Había un adulto en el salón, una mujer, mirando por la ventana, pero me ha atendido sólo la niña, alucina.

El caso es que me voy a cenar, y qué cena. Abreviando, que me duele todo: vuelvo al hotel de antes, que por el ventanal había visto el restaurante y era un primor. Le pregunto a la misma señorita y me dice (y aquí yo ya me he puesto a reírme sin ningún disimulo, porque se puede tener suerte, pero esto es demasiado) que hay una mesa libre porque, aunque hay que reservar con tiempo en esta época del año, el señor en cuestión no se ha presentado. Toma, toma, toma…

En fin, que mesa para cuatro (el resto de servicios no los han retirado durante la cena, lo que ha generado la errónea impresión al resto de comensales de que me habían dado plantón, cuando no era cierto). Aparte de tener Señorío de los Llanos Gran Reserva y Codorniú Reserva Raventós en la bodega, bajoplatos de piedra verde, música del Nueva York de los años 20, fotos antiguas de la zona por las paredes (¡encima, a mí!) y una réplica de Andy Warhol (no de un cuadro suyo, sino de él mismo) en la mesa de al lado, nada que destacar. La comida, eso sí, muy buena, principalmente un solomillo de las Highlands, que estaba esperando para probarlo a llegar a un sitio de fiar, y éste me lo ha parecido. ¿En qué punto quiere la carne? Que diga Muuuuu. Entendido, azul. Eso.

De vuelta al B&B, me sale a recibir un adulto, ahora sí, y me dice que la niña se ha equivocado, y que el precio son 30 pounds. Tócate la nariz. Y he estado hablando un rato con Steve en el pasillo, un tío majete. Va a ver si me consigue B&B en Ullapool para mañana, que puede estar difícil, pero como su mujer es de allí. Mujer que, por cierto, aún no ha vuelto de trabajar un sábado a las 21:30. Esta es una casa de trabajadores, donde reciben muy, muy bien al que llega. Error en la primera impresión. Es lo que tiene. Mis disculpas más sinceras.

Siberia

Correspondiente al sábado 21 de agosto de 2010, primera mitad
Scabster - Strathy Point - Bettyhill

No sé donde estoy, pero esto no forma parte del mundo, eso seguro. Bueno, en realidad yo sí lo sé, pero no os aportaría nada saberlo. A lo largo de la mañana de hoy, he ido de Málaga a Malagón, o lo que es lo mismo: de un lugar que si aparece en los mapas es por error, con un nombre tan poco sugerente que parece de ratón (Scabster), a otro que aparece pero tampoco debería, de la misma forma que nadie pone nombre a cada kilómetro de carretera. Porque, a primera vista, esto no es más que otro kilómetro más (bueno, aquí milla) de la ruta, a lo largo de la coste norte de Escocia, que une Thurso con Durness (dos poblaciones, por otra parte, que a su vez no creo que constituyan un destino para nadie). En resumen, a hacer puñetas, al fondo a la izquierda.

Pero ocurre que es precisamente esto lo que he estado esperando. Estoy en ese momento en que, después de comer, el cuerpo empieza a coger ese calorcito que había perdido con el frío de la intemperie, en un ¿café? que hace las veces de Tourist Information de un sitio que consigue hacerse hueco en www.visitscotland.com gracias a que nadie de la Oficina de Turismo se digna hacer acto de presencia para comprobar si sus reclamos merecen crédito. Y mejor así, porque romperían el encanto.

En este establecimiento, a todas luces regentado por un matrimonio y su joven hija, se sirve café, repostería y comidas frugales durante todo el día, que es justo lo que alguien como yo busca: no depender del horario. Y este sitio ha tenido el don de la oportunidad.

En lo que llevo en él, la mesa situada frente a la mía ha sido ocupada tres veces. La primera, antes de entrar yo, por un motorista que ha estado espabilado y se ha sentado mirando a la ventana, en medio de la cual hay un cartel que dice: Cèud Mìlè Fàilte, y entre paréntesis su correspondiente traducción al inglés: 100.000 Welcomes, lema al que esta familia es leal desde que cruzas el umbral.

El motorista ha sido interrumpido por otro que ha llegado en plan cowboy (por cierto, cuando oyes la radio te das cuenta de que en este país llaman cowboys a los profesionales poco honrados, vamos, lo que nosotros llamamos piratas, por lo que un yankee se ofendería una barbaridad), queriendo ser el más mirado del local (reducidísimo aforo, todo hay que decirlo). El recién llegado ha querido sacar el tema Como mola tu burra al que intentaba, simplemente, disfrutar de su comida mientras leía, así que ha recibido las respuestas más breves que la cortesía permite por estas tierras (para mí, todo un speech, yo lo hubiera solucionado con párrafo corto, Conrad).


Cuando ha liberado la mesa, han tomado posesión dos típicas five o’clock tea drinkers, con más de dos horas de adelanto sobre la hora reglamentaria, pero se les perdona por la magnífica interpretación del resto de la estampa.


Y ahora una pareja, en la que por la longitud de sus respectivos cabellos equivocarías sus respectivos sexos, a los que no hago una foto porque él está sentado de cara a mí a una distancia de dos metros y no quiero ser desalojado por la fuerza. Acostumbro a jugármela bastante en esto, la verdad, pero tampoco lo valen: demasiado sosos.

Pues, como decía, estoy en medio de la nada, porque esto es la pura nada. Me doy cuenta que siempre digo algo parecido, y siempre llego a un sitio aún más solitario. Por lo que me dicen, en las próximas 200 millas la cosa se agrava: ¡bien!

Una idea del paisaje podría darla la palabra “páramo”, creo. Esto, en gran medida, es una buena imagen de la auténtica desolación; una desolación muy hermosa, por supuesto. Ni un árbol en lo que alcanza la vista, pequeñas colinas y cerros a lo ancho y largo, y de pronto, un cortado a pleno océano atlántico de los que tienen trampa. Y tienen trampa porque aquí el viento es bestial.

He parado en un lugar llamado Strathy Point, un viejo faro que en los último años ha pasado a ser propiedad privada (aunque la luz como tal es gestionada de manera remota desde Edimburgo), pero a cuyo alrededor se puede pasar a pie, dejando el coche a un paseo de 15 minutos. Es un tiempo razonable para ir aclimatándote, la verdad. Porque, como para ascender al Annapurna, hay que aclimatarse. Como hombre precavido vale por dos, me he calzado las botas de montaña, que agarran mejor, protegen el tobillo, no calan y son más calentitas, el cortavientos, la cazadora para la lluvia con cuello alto y capucha, y el bastón retráctil ultraligero. Vamos, lo que llamamos un dominguero.

Pues no me han sobrado; de hecho, con alguno me he cruzado por allí que debía de estar haciendo surcos en el suelo con los dientes, de la envidia. Ande yo caliente…

Para empezar, en el mismo aparcamiento este cartel:


Lo de las ovejas entrando en pánico, como dirías tú, compañero, “sublime”; deliciosa estampa, no puedo decir más. Aquí la gente concilia el sueño como en España, pero las ovejas no saltan la valla, sino al vacío…

El caso es que durante el paseíto hasta el acantilado ya iba haciendo viento, in crescendo, hasta puro fortissimo. Parece ser que estaba en la trompeta de Duke Ellington y no me había enterado. El lugar en sí, un cabo mortal, con rocas adoptando formas agresivas (en pura defensa propia por las embestidas del mar y el viento, claro, not guilty), merece la pena, incluso si no se produce el ansiado avistamiento de cetáceos por el que es célebre (tal ha sido mi caso). Pero, como siempre, algún otro visitante te echa una mano para captar la esencia del lugar, y padre e hijo se han ido por las rocas hasta el mismísimo infierno en forma de lavadora en el programa de centrifugado a 1.400 r.p.m. Eran simpáticos, me hubiera apenado perderlos. Pero, sin saberlo ellos, me han permitido reflejar la dureza del clima, la fuerza del viento, y la belleza del lugar. Mi sincero agradecimiento:



Realmente, del viento asombraba, no sólo su intensidad, sino también su tenacidad; racheado, pero muy, muy tenaz. Yo estaba preocupado porque en una de sus embestidas arramplaba con el faro, y conmigo, que estaba en su escapatoria.

La intensidad de las fuerzas de la naturaleza en Strathy Point es sólo una muestra de lo que me espera en estas costas norte y oeste de las Highlands. En esta Siberia Occidental es lo que hay. Por algo, para mí, este es el quid del viaje.

Pero me temo que la referencia a Siberia podría considerarse razonablemente acertada. Una zona de las Islas Británicas (del Mainland, como llaman ellos a la grandota) en la que el Ministerio de Defensa gusta de poner campos de tiro y otras lindezas semejantes, algo tendrá. Para empezar, pocos vecinos protestones. Como los de Dounreay, que ya consiguieron que se desmantelara la central nuclear aquí localizada, en cuyo proceso se encuentran desde hace años, y al parecer va a durar hasta 2036 (no exagero, es así). Ahí es nada. Con razón las instalaciones levantadas para el desmantelamiento, que se encuentran al pie de la carretera principal, tienen entidad en toda regla para ser una fábrica de coches, del chasis a los ceniceros. Es lo que tiene mejorar las comunicaciones de un país: que todas las zonas se hacen accesibles y empiezan a aflorar las joyas que tenías en el trastero y nadie reparaba en que estaban. Ahora Mr. Smith (pseudónimo para mantener la privacidad del turista real), viene a pasar una semanita en julio y se sensibiliza. Eso ya estaba ahí, ¿eh?

Pero el lugar en el que me encuentro ahora es más amable (una micra, vamos). Tiene hasta un museo (una antigua iglesia) dedicado a la historia del lugar, y, fundamentalmente, a las Clearances, episodio de su pasado que les tiene bastante molestos. Básicamente, se resumen en que, hacia 1808, los grandes terratenientes, que percibían una renta de los agricultores y parte de sus ganancias, descubrieron el filón de las grandes explotaciones de ovejas, así que todos desahuciados y listo. Hubieron de refugiarse en las laderas de los cerros que vertían a los acantilados (con este viento, creedme, te vierten literalmente), unas tierras absolutamente estériles, especialmente peligrosas e inhóspitas, y además insuficientes. Esta jugada, I’m sorry, se la hicieron entre ellos: los ingleses no tuvieron nada que ver, salvo dar envidia a los ricos escoceses que querían replicar su modelo de negocio. Las formas, probablemente, no fueron las mejores; pero el progreso necesita aumento de productividad y eficiencia en la utilización de los recursos, y ese parecía un paso clave.

Consecuencia de las Clearances, gran parte de los desahuciados tuvieron que emigrar a Norteamérica, Canadá o Nueva Zelanda. Parte del mueso está dedicado a la historia y puesta en contacto de los distintos miembros del clan Mackay, dispersos por todos esos lugares. No hay mucho más que decir al respecto.

Siempre surgen cosas nuevas con las carreteras. Hoy les toca el turno a los sujetos de las autocaravanas. No sé por qué, son los únicos que no se apartan ni en sueños, aunque van pisando huevos. Si queréis saber lo que es adelantar a una autocaravana en una carretera escocesa, conduciendo un coche con volante a la izquierda, y con mal tiempo, imaginad a Torrebruno luchando por la zona con Pau Gasol, con gente disparándole con cerbatana desde la grada. Imaginad el sentimiento que te invade tras unas cuantas millas; de hecho, en la carretera hay señales diciendo, literalmente: “La frustración puede matar. Permita adelantar a los que le siguen”. Y los del Balmoral rodante, erre que erre.

Si uno quiere que la vista le alcance más allá de ese armario ropero, tiene que sacar más de medio coche al carril contrario, lo que significa comprar papeletas para dejar el coche como el acordeón de María Jesús la de los Pajaritos a volar; contigo dentro, eso sí, que es lo chungo.

Así que a uno no le queda más remedio que mirar por la izquierda de la caravana, aprovechando alguna curva a favor; al verlo más o menos despejado, sacar el coche al carril contrario para comprobarlo; y tirar de hipódromo, eso sí, sabiendo que enseguida tienes que arrojar el ancla por la ventanilla para no acabar en los pastos en la curva inmediata. Curiosamente, el último medio segundo notas dos abultamientos en la garganta, pero pasa pronto. Con la de Passing Places que hay, y no se dan por aludidos. De hecho, yo más que adelantar, aquí suelo dejar pasar: sólo manteniendo una reducida velocidad media puedes entrar en el Guinnes Book of Records por no haberte saltado ni una foto de las infinitas posibles… Si hay una parte del coche que se pone a prueba, es el motor… de arranque.

Lo que está claro es que Escocia se muestra para mí en todo su esplendor, tal cual es, vamos. Cuando alguien con quien no tienes mucha confianza te recibe en su casa, lo hace con las mejores galas (vestido de domingo, digamos), con el salón ordenadísimo, los cristales relucientes, y conformando una espléndida foto (los trapos sucios se lavan en casa). Cuando visitas a alguien de confianza, de esos a los que ni necesitas llamar para avisar de que vas para allá, te reciben como son, humanos, con el desorden normal de la gestión diaria de sus asuntos, sin ocultar lo que son, porque saben que lo sabes, y ambos, tanto visitante como visitado, se encuentran más cómodos.

Considerando la gente, y muy especialmente el clima, este viento de turbina de Boing 747, esta lluvia que vuela paralela al suelo, al que creo que nunca llega a tocar, estos nubarrones amenazantes, que tampoco terminan de desatar su ira, esta luz intensa que intenta abrirse camino entre ellos, a mí me parece que Escocia me ha recibido en Zapatillas, genio y figura, tal como es. Gracias.