Escocia

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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Un pedazo de historia

Correspondiente al martes 31 de agosto de 2010

Otro tono. La entrada de hoy merece otro tono. O no, simplemente es el cuerpo que se te queda después de visitar el escenario de una brutalidad a una escala impensable en la actualidad. Por una causa, probablemente, también impensable a día de hoy.

Esta mañana amanecía en una cama para recordar, infinita, contundente, amorosa al mismo tiempo. Te retenía como el abrazo de un pulpo. Pero tenía una cita con el desayuno a las 8:30 a la que no podía faltar, principalmente por cortesía hacia mis anfitriones, que me daba a mi la impresión se levantaban pronto por ese exclusivo motivo (sus rostros, encantadores pero somnolientos, me lo han confirmado al bajar). Eso sí, estaban suficientemente despiertos como para arreglarme el alojamiento de esta noche misma noche, que ellos no podían ofrecerme. Una vez más, muy buena gente.

Y primer destino: el cementerio americano de Normandía, un Arlington en miniatura (si el lugar donde reposan los cuerpos de más de 10.000 almas que encontraron la muerte en una campaña de un par de meses, que representan apenas el 40% de los caídos norteamericanos en ese plazo, puede dejar de parecer descomunal y escalofriante). Tiene su significado que en la zona haya también un cementerio británico, canadiense, alemán... No faltaba quien ocuparlos.

Como digo, visto friamente, es un espectacular ejemplo de geometría y pulcritud, como un quirófano. No hay una cruz fuera de su perfecta alineación, ni una brizna de hierba fuera de orden. Un inmenso mar de cruces, cruces y más cruces, todas deslumbrantemente blancas después de medio siglo (fue abierto en 1955), gracias al mármol italiano traído expresamente por esa facultad, todas idénticas (unas 150 son estrellas de David, por motivos obvios), sin distinción de rango o ninguna otra causa. Los mismos datos en todas: nombre completo; batallón, regimiento, etc al que pertenecieran, estado de la Unión en que se alistaron y fecha de su muerte. Y por detrás, en la base, el número de identificación del soldado.

¿No falta un dato? En ninguna figura la fecha de nacimiento. Por lo que creí entender, para que no se pueda echar la cuenta de la edad: una media de 22-24 años, pero no faltaban los de 18 y 20 años. Niños.

Entre ellos, sólo tres tienen una diferencia: mención a haber obtenido la medalla de honor, la más alta consideración del ejército de su país. Sólo tres. ¿Qué debieron hacer para merecerla, y destacar sobre otros 10.000 que se dejaron la vida y yacen a su lado? ¿Qué entregaron ellos, además de la vida? Y cuatro mujeres. Éstas tenían prohibido combatir, pero el destino quiso que una de ellas, por ejemplo, se matara, al poco de acabar la guerra, cuando se estrelló el avión en el que viajaba a París para encontrarse con unas compañeras de la cruz roja (las Donut Girls). En este lugar, cada nombre esconde una historia, una familia, y un horror.


Como 10.000 a alguien podrían parecerle poco, en el recinto se puede encontrar también un monumento a los desaparecidos, 1.500 nombres de propina, escritos uno a uno. 1.500 historias más. Sólo americanos.

No se trata de valorar a un país u otro, sus intervenciones militares (pasadas o recientes), sus motivos y su coste. En esta en particular se perciben varias cosas. La primera de ellas es que el mensaje que transmiten los locales es de no olvidar. Se percibe un intenso sentimiento de deuda, de reconocimiento. Da la sensación de que detrás de esta actuación había valores, había desesperación, había auténtico pavor a un enemigo que avanzaba hasta tomarlo todo, el malo (porque entonces parece que sí había un malo claro, y unos buenos; más sencillo de entender).

Cuando uno entra en el cementerio americano de Normandía, impresiona. Tanto, que procura no hacer ni el ruido de la respiración. Se pide respeto; y se da respeto. Ellos son los primeros que respetan. Tras una larga serie de visitas a castillos, barcos, campos de batalla y otros saraos, a entre 3 (la excepción) e inlcuso 14 pounds la entrada, aquí no se cobra; de hecho, nada se compra ni se vende. ¿Quiere usted agua? Ahí está la fuente, fresquita, y gratis. Y apartada, junto a los servicios. Aquí no se viene a comer ni a beber, ni a comprar libros o figuritas de recuerdos. No hay tienda de souvenirs, nada. No se comercia. ¿Quiere usted un guía que le cuente lo que quiera saber, en inglés o francés? Aquí lo tiene. Pero deje la cartera en el bolsillo, que no hemos venido a eso. Quieras o no, eso da credibilidad. ¿Es parte de una campaña de imagen y sólo buscan transmitir su mensaje? Que cada uno juzque.

El gobierno francés cedió el terreno al americano en su momento para la construcción del cementerio. El coste, y el mantenimiento, corre enteramente a cargo del gobierno americano, que no dice esta boca es mía. Los empleados son franceses; los ingresos por turismo se generan en los hoteles, B&B, restaurantes, tiendas de recuerdos de la zona, que evidentemente son franceses y pagan sus impuestos en Francia.

El hecho es que impresiona,  ya lo he dicho. Si lees la historia de un par de ellos, si ves cómo una parte importante de las bajas se produjo porque, al desembarcar, el equipo era tan pesado y las circusntancias tan difíciles que muchos simplemente se hundieron, muriendo ahogados sin empezar a hacer aquello para lo que se habían estado preparando dos años, si imaginas por diez segundos lo que debió de sentir uno solo de ellos, si te calzas sus botas el tiempo que dura hoy un anuncio en televisión, el nudo en la garganta lo tienes asegurado.

Seguro que el caso no es excepcional, y que cualquier escenario de horror y muerte, de los muchos que ha dejado nuestra historia, ofrece el mismo menú. Será que este es suficientemente reciente como para conservar aún evidencias y testigos que lo cuenten.

Y tras ver una parte de la factura de la invasión, a los talleres. Otro lugar célebre es Pointe du Hoc, famoso por tratarse de unos acantilados sobre los cuales se hallaban cinco cañones alemanes, especialmente amenazantes para el éxito del desembarco por su situación. 225 Rangers tenían su destrucción como primera misión la madrugada de aquel 6 de junio. Para ello debían llegar a la costa en barcazas, escalar los acantilados y tomar la posición. Un error de navegación hizo que llegaran 40 minitos después de terminar el apoyo aéreo, por lo que los alemanes se había repuesto al recibirles. En 15 minutos estaban arriba, peró sólo unos 150. Los cañones no. Debieron encontrar su posición (al parecer, no habían sido disparados), una milla tierra adentro, destruirlos, y aguantar dos días a que alguien fuera a rescatarlos. Para cuando recibiron apoyo, sólo quedaban 90 de los 225 iniciales.


Aún quedan en muy buen estado una parte importante de los búnkers defensivos, moles enterradas de hormigón armado (con muros gruesos como la muralla china), rodeados de un campo de cráteres de unos 4-5 metros de profundidad y 10 de diámetro. El proyectil que hizo eso no hacía prisioneros.


En otro punto de Omaha Beach, más juguetes: las baterías de Longues-sur-Mer. Unos artilugios siniestros que siguen apostados mirando al horizonte del Canal de la Mancha, como si nadie les hubiera dicho que la guerra ha terminado. Se lo soplé, pero no bajaron la guardia. Debió de ofenderles bastante que los niños se subieran a su grupa para hacerse fotos. No deja de ser un buen retrato de la seguridad que siente hoy quien va allí, muy distinto fue en 1944.

Estos cañones, como los de Pointe du Hoc, están unos 500 metros tierra adentro. Sus ojos son el puesto de guardia al borde del acantilado, desde el que se controla el mar y se dan las cordenadas del objetivo. Ciego el puesto, ciegos los cañones, que es lo que pasó en Pointe du Hoc. Al asomarme, se ven hacia el este unos inmensos bloques de hormigon y hierro, unos alineados con la costa y otros perpendiculares a ella. Son los restos dantescos del antiguo puerto artificial que, una vez tomadas las playas y un perímetro de seguridad tierra adentro, sirvió, enfrente de Arromanches, para desembarcar armamento, vehículos y todo tipo de suministros para la invasión, hasta que fuera tomado alguno de los puertos de la región, fuertemente protegidos. Allí fui después.


Además de los que se encuentran mar adentro, en la playa, como ballenas varadas, otros tantos, entre los que uno se pasea como parte más del (grotesco) paisaje. Con sus estructuras oxidadas, hoy cobijo de mejillones, algas y otros seres, son un reclamo para los curiosos (como yo), y un recordatorio de lo que allí pasó. Están plantados en medio de la playa como el recuerdo está grabado en los que lo vivieron. Si miras a la arena, ahí están. Si miras al horizonte, ahí están. Encayados, torpes, inamovibles. Contundentes como la historia que cuentan.


1 comentario:

  1. Ver amanecer en una de esas playas tiene que poner los pelos de punta.

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